viernes, 30 de diciembre de 2011

30 de DICIEMBRE

Es día de semana, también es época de fiestas, el motor de un tractor convive con el teclado de la máquina y el canto tardío del gallo que protesta por el alboroto. El abuelo observa a su nieto, el abuelo se detiene, se corretean y revuelcan en el pasto húmedo. El parque está descuidado y me parece escuchar una pala que trabaja la tierra allá atrás en la quinta, pasando el molino.


Finalmente el travesaño de las hamacas que tanto tiempo resistió a los pequeños, se quebró en la última tormenta, como si hubiese esperado todo lo que pudo, que la casa siguiera trayendo criaturas al mundo, que los padres los fueran introduciendo en ese ámbito del movimiento, en ese balanceo suave al principio y más audaz luego, a medida que los chicos crecían y las conversaciones y los cuentos se nos iban escurriendo de la hora previa a irse a dormir.

He tomado conciencia de que el viento es del sur y arrecia, que las copas de los árboles se balancean, que los pájaros han dejado de trinar y que la noche ha llegado. No obstante yo sigo aquí, sin cielo por ver, sin pájaros por oír, y sin ventanas por cerrar.
En suma, aquí estoy esperando este treinta de diciembre.
Otro año.
Otro.
Un año nuevo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

LA ABUELA LUISA

Ángela Raimunda trapeaba concienzuda ese jueves los vasos y las copas que sin ella advertir habían alcanzado la opacidad propia del fluir de los años. Luego barría la cocina de pisos ondulados por su meticuloso ir y venir, de pasos cortos y firmes. Mientras hacía estas cosas se percibía una melodía mimetizada en el ruido bullente del agua sobre el hornillo. Colocó un individual sobre la mesa, acercó la yerbera y finalmente las tortas fritas ya extinguida su aceitosa humedad y que en general eran del día anterior, ya que iban quedando las que por la tarde freía en espera de esa visita que siempre se terminaba excusando y que a veces ni siquiera eso. Se ubicó frente a las desganadas sillas de estar siempre allí, apoyó sus antebrazos apergaminados en la mesa y se cebó un matecito.

Afuera la primavera diáfana arrimaba brisas tibias, verdes marcados y la energía incontenible de los perros en el patio del fondo. Ángela Raimunda percibió una inquietud diferente en el intercambio de los ladridos, pero continuó tomando mate un rato más, e intercalando alguna tortita, que le hacía castañetear con fruición su dentadura postiza. Como los ladridos no cesaban, se puso finalmente de pie y arrastró hacia la ventana su artrosis. En realidad parecen quejidos, se dijo la abuela, que como toda abuela no escuchaba bien. Intentó luego ver que eran esos ruidos que le llegaban alternadamente detrás del naranjo, pero apenas distinguió unos movimientos flaquitos y grises contra la medianera y pensó: “Necesito ir al doctor de los ojos“. Escuchó el timbre y con la cara sonriente recorrió con vehemencia las baldosas del corredor paralelo a las habitaciones que en su anhelo le pareció interminable. Descendió el escalón hasta el hall de entrada y abrió confiada el visillo de la puerta segura de esa visita añorada.

Ahí en la vereda se encontraba Luisa sonriéndole con esa sonrisa franca y amable que parecía tener incrustada a golpes en los huesos. Corrió el pasador y en el apuro por abrirle la puerta, un pedacito de chapa que sobresalía al rozarle el tobillo la lastimó, pero estaba contenta, tan contenta que apenas sintió una ínfima
molestia. La alegría que sentía al ver a Luisa no podía expresarla con palabras y era así que avanzaban por el corredor hacia la cocina, sin hablarse, sin tocarse, sin mirarse, pero satisfechas de estar juntas. Qué bien se la veía a Luisa, tan arreglada, y esos zapatos negros que parecían recién lustrados porque estaban recién lustrados, y esos tacos tan altos y atrevidos.

¿Quién la viera a la Luisa?, se decía y eran tantas las cosas que quería contarle y tantas otras las que quería escuchar que al final no le decía nada como si de pronto se hubiese olvidado de como se hablaba y tuviese que aprender de nuevo, y… esos perritos qué molestos que estaban hoy. Como no podía ordenar sus pensamientos, le hizo un gesto con los hombros y la mirada a Luisa, y viendo que la comprendía salió al patio para ver que les pasaba a esos perros que no dejaban de ladrar.

Ya el sol que calentaba tan lindo en esos primeros días estivales, comenzaba a descender por la medianera del fondo, y proyectaba una larga sombra en el sector donde habitualmente los perros estaban atados con cadenas cortas, para que no le estropearan los malvones y las rosas. Pasó de largo el naranjo, los malvones y ese arbolito que molestaba un poco si se quería entrar al galpón del fondo donde los perros estaban atados. Lo primero que le extrañó fue encontrar las sobras de la comida que la noche anterior les había dejado, cubierta de hormigas, ésas que andaban por todos lados en la casa. Tengo que volver a colocar los cebos en el hormiguero que está bajo el rosalito rosa, se dijo en voz alta como para entrar en conversación con los perros. Cuando miró hacia el rosal vio también otro montículo que parecía comida, ya casi sin hormigas y más allá unos huesos sin nadita de carne, y se acordó que el sábado

¿El sábado?, se cuestionó. Sí, el sábado, y recordó perfectamente porque ese día el verdulero de la esquina no tenía de los tomates que le gustaban y que siempre le compraba. Un tomate cada mediodía para almorzar y ese día no tenía y tuvo que almorzar sin el tomate. ¿Por qué los perros no se habían comido los huesos como siempre?, discurría Ángela Raimunda entre paso y paso. Y qué rico que había estado, y las glándulas le inundaron de saliva el interior de la boca por el recuerdo, mientras seguía pensando porqué estaban esos restos de comida sobre la tierra. Los perros se habían silenciado, seguramente ya tranquilos de verla a ella; y se introdujo en la penumbra que proyectaba la medianera sobre su vida.

Ángela Raimunda, que no sabía porqué la llamaban Luisa, lo último que percibió con satisfacción fue a su visita que comía de las tortitas recién elaboradas; y recordó que se había olvidado de rociarlas con azúcar.

domingo, 6 de noviembre de 2011

FAJA DE HONOR S.A.D.E año 2010 categoría: Cuentos

LA ABUELA LUISA y otros relatos

Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.)
Jurado (Graciela Bucci, Marta Mutti, María Alicia Cavagnaro).
El acto de entrega será el jueves 24 de noviembre a las 18.30 hs, en la sede de México 524 - C.A.B.A.

sábado, 22 de octubre de 2011

A MI ME GUSTA BAILAR



…y saltar y transpirarme hasta que se me pegue la ropa al cuerpo y el calor dentro de los pantalones me resulte intolerable. Me gusta bailar y zarandearme cuando lo hago, pero también me gustan los boleros y esa música extranjera de la que no entiendo ni jota, pero que no me hace falta comprenderla porque mi cuerpo sí que la entiende y se pone contento y respira, aún en esos lugares donde al aire se lo suele tropezar por viciado. Me gusta bailar, y sentir esa densidad de lujuria que los cuerpos despiden, y lanzarme a caminar a tientas adivinando las mesas y las caras que te van mirando como envidiándote la estampa mientras levantás la vista a un horizonte inexistente y lejano, y la bruma de colores y de licores se mezcla con tus sentidos y con las luces centelleantes y así, poder casi palpar la libido surgiendo de los perfumes baratos amalgamados con el sudor de la espera, ese aroma de alambique, a mí me gusta bailar entre esas conversaciones que nos sofocan la atmósfera y aturden como si te golpeara un martillo, y el adoquín de la cabeza se te va rompiendo, y los preconceptos se condenan al olvido. Me gusta bailar porque el olfato y el tacto te alcanzan como una presencia humana, y dejan de ser simples sentidos para opinar y decidir y embriagarte como el mejor whisky importado, y las cosas que te rodean dejan la aspereza del día y sos audaz en busca de la penumbra yaciente detrás de las pestañas y el maquillaje de las otras mesas, escrutándolas, buscando esa reacción mínima que significa que encontraste a quién le gusta bailar como a vos, así, con el ruido de las tripas, y mucha hambre.

sábado, 17 de septiembre de 2011

RUEDAS

Ruedas que ruedan pasillo y pieza. Ruedas en el patio. Sonríe, y cuando lo hace, se le escapan ruiditos. Ruedas quietas que hacen ruido. Hablas y ríes, retas, aún tienes el ánimo de marcar los errores, indicas cuándo y cómo. Cuándo se barre, cómo se cocina. Cuándo se rueda o cómo poner el mantel, y no toleras la mediocridad en las ruedas. Ayer rodaste por donde no habías rodado. Rodaste las veredas rotas del barrio, sus cordones abruptos, y a una vecina. Rodabas gente, al sol alto y al día lindo. Rodabas con las manos juntas, y los pies también… juntos. Luego vinieron la farmacia, el quiosco, y tus ojos detuvieron anhelantes las ruedas. Te vi pendiente de alcanzar lo que las ruedas te impedían: una revista. Primero el brazo, luego la mano, después un esfuerzo que no podía dar resultados porque ibas hundiéndote entre las ruedas. Vi tu creerlo posible. La mano, la espalda, las ruedas. Ni siquiera hablaste, no hizo falta. Ni siquiera mirabas, te alcancé la revista. Tu espalda rodaba ruedas, y vos con ellas demorada. Te encontré una mancha en el rostro, luego la rueda comenzó a hacer ruido, una arruga, el freno gastado, el día lindo, las ruedas ruidando igual. Brazos, igual me ruedo sola dijiste y me quisiste mostrar. Me mostraste. Quedé abierto. La boca abierta, el pecho abierto, la pena abierta. Igual sonreías. Para mí sonreías.

sábado, 3 de septiembre de 2011

PRIMERA CLASE

Gabriel se acercó a las cajas rectangulares que había al lado del atril, abrió una y luego la otra, yo lo veía como indeciso y comenzó por decirme que no tenía en esos momentos un instrumento adecuado. En realidad lo que quería transmitirme es que no disponía en ese momento de un instrumento inadecuado o estándar para un aprendiz. No me molestó, porque además de ser más que cierta mi condición, la forma cuidadosa que encontró para expresarlo fue natural, “el luthier” soltó con cierta ironía, es que hace tiempo le dejé un instrumento que tenía que entregármelo la semana pasada continuó. Luego vinieron sus devaneos con la experiencia propia de las idas y vueltas con los luthieres, no me interesó, me distraje hasta que dijo: “Un luthier es como una hermosa mujer, por momentos la querés matar pero cuando la ves le perdonás todo“. Presté atención, “con el luthier te ocurre algo parecido, cuando te devuelve el instrumento reacondicionado, le perdonás todos los sinsabores de la espera, y de lo que te cobra, que nunca coincide con lo que te dijo al principio, pero estás contento”.

Me gustó la comparación, fue un instante en el que estuve en dos lugares diferentes, mi cuerpo seguía allí sentado en actitud de escucha, pero mi mente había desaparecido por unos momentos entre recuerdos. Una mujer desnuda en una silla que da la espalda, una mujer desnuda en un encuentro que no te da la espalda, la iluminación de una penumbra, la claridad y las sombras, apreciar el momento previo a tocarla, no le ves los ojos aunque la mirás a los ojos, no le ves el color del cabello aunque le ves la luz del cabello, no le ves los labios aunque sentís que se entreabren mostrando el deseo de ser besados. De ser.

lunes, 22 de agosto de 2011

¿NOCHE?


Es la madrugada del último día, aquel en el que no quiero estar, aquel al que no quería llegar y por si fuera poco, por si quedara alguna duda los pájaros, el cielo, el verde, la cabaña se han confabulado en sentir la nostalgia de mi ida y me protestan todos juntos. Detrás de mí siento el rítmico gotear de una canilla que no cierra bien, que también resiste y lo demuestra a su manera. Me enrostra nostalgias el celeste del cielo tan pálido, tan tenue que parece un niño recién nacido. Me voy y llevo recuerdos adheridos de la noche, una sonrisa interminable de brillitos que titilaban, que volaban, que se desplazaban, Orión, las Pléyades, los cúmulos, me tiré de espaldas en la tierra y quedé mirando la oscuridad. Pude ver como parecía irse pintando la noche de puntos que brillaban, el guía decía que había puntos rojos, azules y amarillos, yo no pude distinguir esas diferencias pero no me importaba porque el regocijo igual era enorme, el momento sublime, ver los meteoritos cruzar el cielo, de izquierda a derecha o como fuera, no comprender su desplazamiento, su velocidad, apareciendo y desapareciendo como si el cielo o la oscuridad terminaran en algún lugar, poder seguirlos, imaginarse un juego, o sería un deseo, nunca lo sabré, tampoco importa si al fin y al cabo saber qué es, saber es lo que uno en un momento dado traduce a sentimientos o a palabras lo que pudo captar con los sentidos, los amalgama o los bate un poco y expone las conclusiones, el poema, el cuento, un cuadro, la pasión, los recuerdos. Saber es pasión. Este relato por ejemplo.

sábado, 13 de agosto de 2011

ME LLAMO NERVIO

Me llamo Nervio,

y el pecho vibra en cada palabra que ha estado ausente, en cada caricia que no ha sido deseada, el viento del atropello ha hecho de mis órganos un desperdicio, ni sueño ni tengo vigilia, mi estado es nuevo para la raza humana a la que alguna vez pertenecí, ajeno, emigrado y roto, vadeo el día de sol a sol y gruño, reniego porque de esa forma me sostengo atento y eficiente al sentimiento que ablanda, me alimento de baches y de charcos, ellos doblan mis tobillos y ensucian mi ropa.


Me llamo Nervio y la cuerda de mis venas fueron elásticas y calientes ante la torpeza del amor, no puedo escuchar la melodía que surge de un beso o el grito de un abrazo, el rechazo surge arqueándome el cuerpo y disparo la flecha de mi mirar que atraviesa el entendimiento, y nadie se explica el porqué, más a mí no me importa.
Me llamo Nervio y a mi paso todo se vuelve gris y macilento, el huracán de mi pisada recorre la ciudad buscando estrépitos y molienda, huyen las bondades del mundo cuando es mi hora, y solo tolero escombros ante mí.
Me llamo así.
Y espero ]…[ y acecho

viernes, 22 de julio de 2011

AQUELLA SEMANA


AQUELLA SEMANA, los pronósticos habían anunciado que llovería el sábado y el domingo, pero no fue así, en cambio el viento del sur apareció zurcando la ciudad y la recorrió durante las horas del día y de la noche, lo hizo el sábado y también en parte el domingo, el viento molestaba y alejaba las nubes, y ya de pronto arreciaba como también se detenía, y esto nos producía indecisión, pues no sabíamos si salir abrigados o hacerlo livianos de ropa.
I
Ocurría así: Abríamos un poco la puerta que da al patio y asomábamos con timidez la cabeza y algo del cuerpo, el viento nos hacía tiritar y entonces concluíamos mirando hacia el cielo: Hace frío y va a llover, y nos preparábamos para salir con abrigos e impermeables y además el paraguas por si acaso. Las botas reemplazaban a los zapatos y a las zapatillas, y así pertrechados ganábamos la vereda, más al cabo de unos cuantos metros o a lo sumo al haber caminado un par de cuadras, el viento de pronto desaparecía, las nubes se abrían y el sol asomaba ante nuestras miradas atónitas que alzábamos al firmamento como exigiendo explicaciones. Así fue buena parte del fin de semana aquel, pues por la tarde del domingo el tipo de nubes que cubrieron el cielo pasaron de las blancas algodonosas a ésas densas, grises y algo turbias de agua por llover, y esa noche hasta nuestro descanso fue interminente y grueso como preludiando aquella semana. Eso pensé o eso soñé, y además que tenía la certeza de que el escampar de aquello que se había formado iba a ser difícil de olvidar, pues el dolor que había surgido en mi rodilla izquierda era un claro indicio de mal agüero.
II
Y empezó a llover.
De lo que me acuerdo claramente es que una vez que comenzó a llover, lo hizo sin contemplaciones. Cada día a partir del lunes y hasta el fin de semana siguiente llovió. El agua usó todas las horas y cada uno de sus minutos aprovechándolos de manera copiosa e insistente. Solo por las noches y cuando lográbamos dormirnos no controlábamos que estuviera lloviendo, porque durante el día íbamos y veníamos por las ventanas de la casa cual reclusos que recorrían los límites de sus celdas, y entonces constatábamos que llovía vertical, o que llovía inclinado, o que a veces parecía que no llovía porque las gotitas eran muy pequeñas y livianas y se quedaban flotando como bruma en el aire cuando el viento amainaba. Durante la mañana llovía con la fuerza de gotas grandes y frías, y por la tarde el tipo de lluvia permitía retozar o leer en algún sillón envueltos en mantas y aguardábamos que se hiciera la hora de la leche, deseando que desde la cocina surgiera alguna señal a torta cociéndose en el horno. Por las noches llovía con relámpagos y truenos como no podía ser de otra manera: inquietante.
Nosotros veíamos que el agua acumulada había ido cubriendo el pasto y las plantas del patio trasero. Los primeros días se encharcaba acá y allá sin ninguna estrategia, pero las horas le fueron dando la confianza y la entidad que necesitaba para ir eludiendo todas las defensas que los vegetales y la tierra habían erigido y al cabo de cuatro días desaparecieron bajo su superficie todos los vestigios de vida que surgían de la tierra con excepción del fresno y del ciruelo, que por su tamaño sobresalían dignos pero maltrechos por encima de los tejados del fondo. Para los diarios la ciudad se hallaba indecisa y sin saber que actitud tomar y algunos comenzaron a hablar del Purgatorio. Yo diría que atravesamos una experiencia casi mística, el agua estaba por doquier y se había transformado en omniprescente y ya no nos sorprendíamos si cuando nos íbamos a acostar nos parecía que en lugar de dormir entre sábanas, ondulantes olas nos aceptaban como peces de mar.
III
Las mascotas de la casa (cuatro perros, un gato y tres conejos) que desde la noche del lunes habitaban con nosotros (solo por esta noche y porque llueve tanto les habíamos dicho a los chicos), al cabo de dos días andaban raros y no le caían en gracia nuestros hábitos. El zoológico doméstico diseminaba pelos, heces y babeaba los pisos observándonos ir y venir por la casa con ojos de qué hago aquí, que nosotros no llegábamos a comprender, pero que el abuelo si entendió, aunque lo que a mí me parece es que estaba harto de pisarle la cola a los perros o no poder recostarse en su sillón preferido donde el gato se arrellanaba, que abrió la puerta del patio como para exhalar su frustración y fue entonces cuando la curiosa jauría se atropelló y lo atropelló llevándose consigo su gorra y su bastón además del abuelo que se puso a hacer piruetas por los aires y si Diego no pega aquel salto olímpico para recogerlo cuando caía, creo que en estos momentos hablaríamos del recuerdo del abuelo.
Todo se nos había trastocado y vagábamos reinventándonos presentes y pasados porque el futuro no amainaba y al contrario de lo que se suponía, el cielo abría islas tan luminosas como efímeras que corríamos a disfrutar con la necesidad propia de náufragos y olvidados de dios. El agua recorría cada rincón de la casa, y te mojaba la ropa que usabas y la que yacía en cajones y roperos y además se descolgaba en hilitos que descendían divertidos de los aleros y también de los sueños. La gente del barrio no lograba sintonizar ninguna frecuencia de radio y la única melodía que se escuchaba era la percusión acuosa de aquellas marismas noéticas. Los chicos que no podían aventurarse por los patios, y tampoco ir a los colegios lo cual evidentemente no era una preocupación- iban conociendo la nostalgia que se desprendía de los libros y escuchaban extasiados historias de superhéroes que los mayores avivaban con leños y sin apurar los horarios de las comidas, y las cuestiones domésticas iban quedando abandonadas porque las escobas eran inútiles para juntar el agua que los zapatos y zapatillas iban dejando en charquitos por el solado de toda la casa. Los relojes de cuerda parecían haberse puesto de acuerdo con los biológicos, y dejaron de tener sentido, pues habían fabulado con el agua anegándose, mientras que yo iba chapoteando de habitación en habitación y recogía en los pasillos cosas y gente que se había quedado sin prisa y sin rumbo, algunos reaccionaban enseguida levantándose y permanecían unos momentos con la desorientación instalada en la mirada, pero había otros que era necesario cargar a cuesta, pues su placidez era tan sutil que habían comenzado a diluirse con las paredes y los pisos y la única herramienta posible de devolverlos al ritmo de la vida era la de dibujarles el horizonte.
Observábamos por las ventanas correr las aguas diseminadas entre árboles y cordones que los vidrios empañados distorsionaban en figuras ansiosas y anhelantes. Podría decirse mientras iban transcurriendo los días de aquella semana que estábamos viviendo una época de felicidad diferente, con la energía eléctrica ausente de las computadoras y de los programas de televisión. Y era así que descubríamos a un hermano, a un esposo y también a un hijo. La lluvia era ya casi parte de la Historia, tanto que hablábamos de nuestras experiencias anteriores a la época en que había comenzado a llover. Descubrimos el entusiasmo que cada uno tenía y que cada uno soñaba, hablábamos y éramos escuchados, nos hablaban y lográbamos escuchar, el agua si bien nos había cercado y anulado las cuestiones habituales que seguían sin resolverse, y por cierto era incómodo andar haciendo plap plap al caminar, también nos había descubierto facetas inexploradas dentro de la casa, dentro de la familia y dentro nuestro. Sí, estábamos viviendo una felicidad diferente.
IV
Y paró de llover.
Cuando dejó de llover, fue sin previo aviso y nos encontró distraídos. Salió el sol, se despejó el cielo y por un buen rato no entendíamos nada de lo que estaba ocurriendo. La tía Mimí dijo: Voy a la verdulería, y cuando la vimos salir con el piloto marrón y el paraguas, todos al unísono largamos la carcajada. Los chicos seguían haciendo barquitos de papel y después de tantos días habían perfeccionado tanto la técnica de doblar los diarios que decían que se dedicarían a la industria naval porque de tantos barcos doblados que se fueron a pique en los ríos de esos días, veían un entretenimiento económico en el futuro. Yo que era el encargado de secar la ropa oreándola frente al calefactor (lo que incluía la ropa interior que como todos sabemos una vez utilizada en varias ocasiones, le quedan manchitas en algunos lugares que no hay programa de lavado que las limpie), también me puse contento. Creo que el único que se puso triste cuando paró de llover fue Tito porque entendió que volveríamos a nuestras conversaciones y forma de mirarnos de siempre, los demás ni se dieron cuenta del cambio, hicieron un clic y el chateo en la compu con la novela de la tarde ganaron el ruido de la cocina, el sol aclaró los temas a discutirse y todo empezó a brillar al paso de la franela y la escoba, pero sin el plap plap tan acogedor que nos había acompañado aquellos días inolvidables de felicidad.
Fue lindo ver el sol de nuevo con el cielo rodeándolo que parecía recién salido de la ducha. Era algo que emocionaba. Pero había también en ese sol algo de la nostalgia de aquella semana que íbamos dejando. A mí se me acabaron las siestas porque me era difícil de entender a esa luz que entraba a raudales por las ventanas. Sí me dieron unas ganas locas de salir a correr y aunque la rodilla me siguiera doliendo, estaba seguro que era lo que tenía que hacer.

He vuelto de correr. Casi una hora estuve corriendo otra vez por el barrio. Troté con sumo cuidado porque las calles de la ciudad están rotas y quedan charcos de aquella semana por todos lados y la lluvia de la rodilla aún persiste como el recuerdo de una garúa.
FIN

jueves, 30 de junio de 2011

TRIPTICO

Estamos rodando
todos
como una prolongación
del pensamiento

y ese frío de rodillas
y ese vértigo de algo roto
y los pedazos en las manos




Y si por un momento
clausurara mis ojos
Y si por casualidad
fuera yo abundante

Y si mañana estuviera
muy cerca
¡Qué excelentes motivos!



En viaje de naturaleza
humana
me cuestiono
me admiro

cómo es posible que
a sabiendas de
pensemos en

miércoles, 22 de junio de 2011

FRIO


El frío, piensa. Piensa que hay muchos tipos de frío. Está el frío que Marco menciona cuando en remera y sudado marcha en la camioneta y escucha: “Hoy acá es uno de los días más fríos”, y mientras eso dice señala a la gente que va metiendo y amontonando el cuerpo dentro de; sobretodos de otros cuerpos, y mientras esto ve y aquello escucha, transpira. Piensa que hace frío y se acuerda del frío amarillo de una mirada rechazándolo, de las palabras sueltas y despreciativas. Ahora mismo siente más frío, los omóplatos se revuelven dentro del pulóver intentando evitarlo, los pensamientos se revuelven dentro de su mente intentando olvidarlo. Extraña. Claro que extraña, pero aún así se ha levantado y cepillado los dientes, se ha lavado la cara con apuro y sin ganas. Piensa: “No hay en este sitio, no hay en este idioma, no hay en esta hora de frío quien pueda decirle algo. Y siente frío.

sábado, 18 de junio de 2011

Mañana: ALBERTO

Despertar en aquellos veranos aguardándonos el olor del pan recién horneado. Y que habías ido a recoger tan temprano.
Organizar con premura partir luego del desayuno arrastrando bolsos, sombrilla y esterillas. Sentir tu apuro.
Correr porque el día avanzaba y se había puesto tibio.
Pisar aquellos arenales. Pasión.
Hundir en las olas del océano el cuerpo ansioso.


Playas de otro tiempo.
Playas de Alberto y de nostalgias.
Playas del sombrero que usabas estudiadamente ladeado y de tu cuerpo bronceado.
Playas, mirada y juego de ojos grises sonriendo desde las escolleras. Graffitis. Playas. Y por supuesto mucha vida.
Toda la vida por delante.



Feliz día ALBERTO






sábado, 11 de junio de 2011

LA PLAZA


Es domingo en la mañana y los sonidos de la niñez me rodean. Salí con mis cosas como siempre que quiero pintar un cuadro, escojo cuidadosamente del bolso los sustantivos que voy a utilizar y comienzo a esbozar las líneas, al principio gruesas, toscas, sueltas, retiro un tanto el lienzo, lo acerco, un abuelo me observa ubicado bajo su sombrero. Busco en la caja de los adjetivos algún color que impacte, para un niño el rubio, para un columpio el rojo, para el carrusel que inmóvil fondea el tiza. Descubro que me faltan los verbos para coser la pintura de sustantivos y de adjetivos.

Imagino que puedo mirar al sol y lo hago, su centro es tan potente que la lluvia de reflejos me hace pestañear sumisión indecibles veces. El sol se deja admirar, el abuelo ha vuelto a su diario, los pájaros a sus rumores en el aire aún con resabios del rocío.

La arena en el rostro del columpio de un niño que me habla de otro niño que juega que llora que está con su risa con su hambre de colores de niños que se buscan sin saberlo que se observan sin mirarse y se encuentran sin buscarse y se juegan y se ríen y se sienten, que han encontrado quién…

                                                                                                                                            
“Una vez viví algo al ser joven como vos,

pensé era el inicio de la felicidad,

no me daba cuenta que eso,

era la felicidad”

sábado, 4 de junio de 2011

LIMONERO

En el patio tengo un limonero, yo creo que debe estar sufriendo, no me cuenta, no me dice que le ocurre, pero ha ido perdiendo el verdor, y las desdichas le han ido apareciendo por las cicatrices de la corteza, yo le pregunto pero no me responde, las hojas a pesar de estar en primavera se le han puesto amarillentas y alguna que otra rama se le ha secado.

He consultado con especialistas y nadie le encuentra remedio. Probé rociándolo con medicamentos, le removí y aboné la tierra agregándole hueso molido, me tomé el trabajo de eliminarle la cochinilla y los pulgones hoja por hoja, delicadamente le retiré retazos de corteza sueltos comos si fueran costras muertas, le injerté algunas cápsulas de alegría y nada, y encima está la primavera con su humor tan variable y cargada de desencantos por el clima digo- que no contribuye para nada a su recuperación.

Un señor que tenía un aspecto muy amable me dijo:
"Lo que ocurre es que este limonero estuvo perdidamente enamorado de un colibrí que buscaba su  néctar y como todo colibrí que no puede estarse quieto, se ha marchado a recorrer el barrio en busca de algún otro limonero, seguramente algún día volverá.", y la explicación me pareció muy acertada. Pensé: quién no sucumbiría al aleteo y a la magia de esos pajaritos.

Estimado caballero continuó diciéndome el hombre- este limonero para que Ud. me termine de comprender, ha sufrido un show de realidades que no hay forma de curar sino con nuevas primaveras, ésta ya se encuentra en su etapa final y es muy improbable que vuelva el colibrí en busca del néctar que al limonero ya se le está muriendo.

Miré al limonero antes de entrar a la casa hoy a la noche y necesité volver sobre mis pasos, me quedé un momento a su lado compartiendo su pesar por ese amor, me sentí intranquilo y a la vez maravillado de que algunos amores aunque efímeros se dieran entre especies tan diferentes, un ser “atado” a la tierra, y el otro… “infiel” con el corazón aleteando en el viento.

Perséfone! Oíme Perséfone! Me oís?

Volvé que siempre alguien te va a estar esperando!

sábado, 21 de mayo de 2011

A ESOS OJOS TRISTES

A esos ojos tristes tan lindos tan dulces/ le escribo que salgo del subte de un túnel

que antes de que el mundo/ me enguya me pierda

yo vi en la penumbra/ de un hombre sencillo

que hacía poesía tocando muy solo/ a todos a nadie queriendo animarle

a esos ojos tristes que vi esa mañana

conflicto y belleza/ sin paz sin tibiezas

A esos ojos tristes regalo mi canto/mi andar por las calles

mi estarlos mirando

domingo, 15 de mayo de 2011

VIAJANDO EN DIRECCION AL ESTE

Ya es domingo, pero no lo es. Nada es igual en este pasaje por encima del Atlántico. Cada tanto las vibraciones del fuselaje me despiertan, y descubro que las inermes e iluminadas pantallas de los monitores me dicen que la película ha finalizado. El avión se empecina en quitarme la duermevuela a sacudones, espasmos de otra forma de viajar. He extraviado el tiempo que llevo de travesía y me recorre la necesidad de escapar. Necesito ponerme de pie y salir. Pero adónde. Los respaldos de los asientos me cercan. Leo y bebo café para disimular. El cansancio me llega a través de las piernas inmóviles, y en la desazón de no ver a nadie en los pasillos. Todos duermen mientras flotamos en esta bruma bajo cero sin vestigios de vida, y cómo puede la sangre circular por las venas. Comprendo aterrado, que soy latiendo en un momento y en un medio que no es hoy, ni ayer, ni tampoco posible. Pero soy. Me espanta la oscuridad en la que se hunde la ventanilla. Necesito que amanezca. Pero el viaje sigue con su empecinamiento, y no deja de ir en dirección al este.

sábado, 7 de mayo de 2011

NAVEGANTE

Al principio cree que es un navegante aislado, hasta que se da cuenta de que hay otros marinos alrededor… que participan del mismo viaje.”

Quería compartir estas palabras que en algún momento leí, de las cuales desconozco el autor, palabras intensas que apunté y que guardé entre mis notas porque me hicieron sentir que aún en la soledad que significa esta hora y esta reflexión, uno no está solo...

sábado, 30 de abril de 2011

CARTA A ERNESTO SABATO

Hoy falleció Ernesto Sabato, y la noticia me llenó de melancolía. Recordé que hace unos pocos años intenté conocerlo, y creo que nada más oportuno en estos momentos a modo de homenaje recordarlo con esta carta que le escribí.

12 de Enero de 2008

Sr. Ernesto Sabato
Langeri 3135
Santos Lugares

Estimado Ernesto, hoy amanecí con la idea de concretar lo que vengo meditando desde hace un tiempo, y esto es el conocerlo, el animarme a visitarlo, el poder estrecharle una mano y escucharle la voz, salí muy temprano de mi casa en Ituzaingó sin tener muy en claro como llegar a Santos Lugares ,tomé trenes y colectivos y finalmente desde la estación de Caseros remonté siguiendo la vía hasta llegar a su casa.

Cuando caminaba las últimas cuadras pensaba, estas calles no delatan para nada la gente que pueda vivir en ellas, Langeri, es una calle de barrio como cualquier otra, Santos Lugares un lugar en el mundo como cualquier otro, un club enfrente, un kiosco, ni siquiera alguno de sus vecinos ocasionales conocen quién es uno de sus vecinos ilustres, y qué bueno que esto así fuera, mientras continuaba acercándome y pensaba como abordarlo, si tendría que llamar con las palmas, si golpear o tocar el timbre, no suelo hacer esto habitualmente, pero hoy el impulso de otrora tomó madurez, atrevimiento y lo hice, y toqué su timbre. Primero en la casa de al lado porque como le decía algún vecino confundió las casas o quizás yo las confundí y luego sí, en la casa correcta me atendió una voz amable y cordial diciéndome que lamentablemente su salud ya no es buena, claro 96 años, noventa y seis años...

Se puede seguir disfrutando de la vida en esos momentos, cómo, con qué cosas, se puede sentir pasión aún, por la vida, por la gente, por una mujer, por los recuerdos, se teme partir o... ya nada importa y se quiere partir, cada día resulta una hoja más de un libro que no se escribe, qué se lee, qué le leen, se ponen más amarillas las hojas de los libros, cómo son sus pensamientos Ernesto, escribe dictando o ya no lo hace, no hay ya interés, hay fin, hay después, me gustó le decía llegar caminando por el barrio que debe haber recorrido tantas veces, me dicen que ya no, que irremediablemente ya no se levantará, es duro saber eso, Ud. lo sabe, pero es un hombre aguerrido, su físico es frágil, más ahora, más aún con noventa y seis años, pero en muchos sentidos Ud. es, fue un hombre enorme, expresando con la palabra la conmoción de la mente, o los horrores de la vida, su visión me ha conmovido, me ha inundado muchas veces de tristeza y aún así, aún así vivo con ganas, quizás triste sí, o melancólico, pero no es acaso la naturaleza humana recuerdos y nostalgias y efímeros atisbos de alegrías, no son sino esos bramidos de la vida que como la primavera explotan de colores, de sabores, de olores, de sonidos y de sensaciones; no son esas situaciones las alegrías que nos permiten sostenernos, escribir lo que Ud. escribe, o lo que yo intento.

Ah! vivir como uno piensa, que fácil se escribe que difícil que resulta, titánico, a cada momento debemos recapacitar para no hacer algo que pueda afectar a otros, le llegan acaso los reproches en el ocaso por vivir como Ud. vivió, de sus amigos, de los que lo ayudaron, de su familia, de Ud.... no le creería si pudiendo conversar me diría que no, andamos con el pensamiento sacudido de reproches recibidos o intuídos, quién no, somos mezquinos, pensamos que nos reprochan y nosotros nos la pasamos haciéndolo de una forma tan simple como la que usamos para respirar.

No puedo mentirle, y no le voy a mentir Ernesto, leí unas cuántas cosas suyas que ya no recuerdo, no me han gustado sus ensayos, en general no me atraen los de ninguna clase, vi entrevistas, publicaciones, sus diálogos con Borges, me impresionó su vida, la que tuvo, la que tiene, ambas mucho más que la ficción que no llegué a comprender, pero que si me cautivó y es que acaso no puede ser así, hay incoherencia en esto, porqué es necesario creer que hay que comprenderlo todo, porqué..., Ud. vivió realmente como pensaba y ello se nota, muchos creemos intentarlo y hasta lograrlo, nos animamos o simulamos que lo hacemos, Ud. no, somos débiles pero tenemos salud, somos aún jóvenes, yo tengo menos que la mitad en años de los que Ud. vivió y mucho menos, muchísimo menos de los que Ud. vivió como pensaba y también lo he visto cambiar, adaptarse y no por ello ser menos o transigente, eso es valentia.

Lo aprecio, llegué a apreciarlo por su modesto andar por la vida, llegué a estimarlo por sus opiniones, y llegué a admirarlo por encontrar lo que significa que un hombre pueda llevar una vida adelante de acuerdo a como piensa sin entender de consecuencias.

Me han dicho que llame a su secretario el próximo miércoles, así lo haré, ojalá le lean estas palabras, ojalá me permitan saludarlo, ojalá pueda por esta manía y debilidad que tenemos los humanos traerme algo, unas palabras, un papel, que se yo, algo que como una pequeña piedra brille en la oscuridad y me permita apretarla cada vez que mi mundo lo necesite.

Un abrazo

Daniel Fuster

domingo, 24 de abril de 2011

MIRO UN HOMBRE

que mira una mujer
que mira un espejo
que mira un rostro
que mira nostalgias
que mira un recuerdo
que mira un chico
que mira un juego
que mira una pelota
que mira una risa
que mira una tarde
que mira un sendero
que mira un valle
que mira un lago
que mira una noche
que mira una estrella
que mira una casa
que mira una cena
que mira una cama
que mira un sueño
que mira un hombre

domingo, 17 de abril de 2011

MI BARRIO EN OTOÑO

Mi barrio tiene ramas que gustan de golpear a los distraídos y esquinas con gente estancada. Sus calles poceadas reciben al otoño con árboles para jugar a las escondidas.

Mi barrio tiene el encanto de una biblioteca con libros viejos y un perro chiquito que cada vez que paso a su lado me sonríe.

domingo, 10 de abril de 2011

ENTRE LAS HORAS DEL DIA

Hay una hora entre las horas del día en la que se buscan zaguanes, se prepara la cena, se necesita el afecto. Hay una hora entre las horas del día en la que los colores son menos colores, y el sudor de un cuerpo es agradable. Hay una hora entre las horas del día que es esta hora, en la que yo escribo y en la que tú lees lo que yo escribo.

sábado, 2 de abril de 2011

ESTO NO ES CUENTO, 2 de ABRIL de 1982

La impotencia resultaba un horizonte árido y reverberaba durante todas las horas del día y todos los días, y solo cuando dormíamos y dormitábamos, aburridos y hastiados por la inactividad, aquella desaparecía sepultada en gratos recuerdos, algunas pesadillas y los anhelos de la vida que habíamos dejado. La impotencia era intolerable, única, déspota y además dictatorial. La guerra duró 74 días, y si bien de esto hace ya 29 años, aún hoy me llega un sufrimiento sin llanto, un azoramiento sin sorpresa, un agotamiento que deviene en un vaciamiento, el del soldado primero, el del joven durante, y el del hombre presente que no puede olvidar y volver a llenarse, no aún cuando esto escribe, talvez o quizás cuando deje de escribirlo. En la guerra de Malvinas murieron casi ochocientos soldados. Eso es lo que hay, hay lo que no.

domingo, 27 de marzo de 2011

DESPEDIDA

En mis manos otra vez tus versos, toco tu envoltura, esa que te coloqué, protegiéndote, cuidándote, y escucho el roce de sillas en el piso al ordenarse.

Hojeo, te hojeo, ya puedo tutearte, nos conocemos hace tanto, has intentado mantenerte en tu lenguaje, y escucho una risa rítmica y gravosa.

Me inclino hacia vos, sobre vos, no me pesa recorrerte, indagarte, inalcanzable antes, ¿y ahora?, y escucho el aire cortado por los vehículos en la avenida.

Sigues ahí, entre la azucarera y la taza ya casi vacía, usada, y escucho lo que tarda el mozo en darme el vuelto, lo escucho.

Tanto recorrimos, fuiste galeón de mis sueños, nos atrajimos, y escucho los buenos días en una mesa vecina.

Estás triste, estamos tristes, ambos sabemos que poco es el tiempo que nos queda, lo estiramos, y escucho obsecuente la máquina del café.

Tu futuro será tranquilo y sedentario, el mío nómade y agitado, pacerás vertical y entre los tuyos, y escucho que llaman desde la cocina.

Ahora entiendo tu esencia, ésa que me obnubiló o aquella que adrede ignoré y esquivé durante un tiempo, y escucho que alguien le paga al mozo.

No quería introducirme en tu narrar, lengua mágica, quería escuchar, lied que baja por las calles y disfrutarlo, sólo eso, y escucho la realidad de un bocinazo.

Porque estábamos seguros los dos, que cuando el velo se deslizara, ojos de buey, nosotros bifurcaríamos nuestro transitar, y escucho tu sollozar, me escucho.

sábado, 19 de marzo de 2011

me nació ENE

Cuando me nació ENE, era noche, rojita apareció, cansada, mojada, más precisamente anoche. Indefensa. Agotada. Asi me fui a la cama sin poder quitarme a ENE del pensamiento. Chiquita me nació ENE, apenas un coscorrón en la cabeza, o una cosquilla en la espalda. Yo iba y venía por el pasillo y por la escalera, de sala en sala y de luz en luz, que otra cosa podía yo hacer.

Unos me decían que estaba bien, que venía emocionada y que parecía que me iba a dormir sobre los tacos que me había puesto, me quise lavar la cara y ENE estaba ahí, entre ceja y ceja tranquila, esperando, esperándome como una cascarita que picaba. Me nació ENE y cómo picaba. Se me corría el rimmel, me sudaban las manos. Picando y picando. Cuando me nació ENE no supe si sonreír o si sonllorar, o son uno o son el otro, musical vino ENE a raíz de la picazón y todos andaban como locos por los pasillos buscando qué hacer o qué decir.

De aburridos nomás mirábamos las baldosas de los pasillos y encontrábamos los restos de otros que se habían picado, ¿cuándo?, lo que dura el alta, dos o tres o talvez cuatro, eso. Vimos un montón de caras nuevas y de pensamientos viejos y el alboroto llamó la atención y después de un rato no sabíamos si a todos nos había nacido ENE, o solo a algunos, o capaz que eran simuladores y oportunistas que siempre los hay y están aguardando algún nacimiento ajeno para aprovecharlo y robarle cosquillas, al menos unas pocas, como limosna de lunes.

Ni la cama me hago desde que me nació, ¿qué puedo decirles?, sonrío, eso hago porque me nació ENE y entro tratando de no hacerme notar, espío, veo la sabanita que apenas sube y que apenas baja, que no me echen, no hago nada de ruido me hago mueble, espiando, escuchando, esperando, no emito sonidos, sonriendo, yendo y viniendo por ese pasillo donde me nació ENE, esperando, manita, plumita renga sin vuelo, posando, ojito inquieto, peladita, me nació, y estoy intentando lavarme la cara pero el rimmel sigue corrido, el agua ya no es porque ENE cambió las leyes de lo habitual, y acá estoy, estamos, cascarita que pica y pica.

jueves, 3 de marzo de 2011

FOTO DE NAVIDAD

Estoy contenta pero no, bueno en realidad sí porque esta noche es, pero para mí ya no va a ser tan pero tan, por eso estoy así, como metida en el agua, que se yo, como flotando entre lo que creía y lo que sé ahora. Mamá me dijo, no en realidad no me dijo nada, sino que la oí hablar con la tía, es que ella en general cierra la puerta que da al comedor cuando no quiere que escuchemos de que habla, pero algunas veces se descuida, y hoy fue una de las veces de descuidarse.
Ya el sol casi se fue, se está haciendo de noche, pero está tan linda el agua de la pileta que no tengo ganas de salir y tampoco tengo ganas de nadar.

Escucho los sonidos de la casa, me llegan las risas y las conversaciones de todos, es un mezcolanza que me acaricia, como cuando papá me pasa la mano por el pelo, pero yo no tengo ganas de que me hagan mimos ni de reírme, apenas me sonrío. Triste sonrío.

La tía me sacó una foto pensando que no la veía, sin embargo yo la miraba dando vueltas y vueltas porque las luces del arbolito la delataron, hasta en un momento pensé que la tía andaba chapita y bailaba sola, y atravesando el ventanal lo veo venir a Simón con su andar desparejo, qué chiquito que es, hasta me parece más chiquito ahora que la escuché hablar a mamá sin que se diera cuenta que se había descuidado y ella que no se cuidó de decir lo que dijo delante de mí, aunque claro es que ella no podía verme adonde yo me encontraba detrás de la puerta sin cerrar, y por eso hablaba como habló y cree que yo no la escuché porque no estaba delante de ella. Tengo ganas de llorar.

Simón, mi primito, va al jardín y él sí que no tiene problemas, eso es lo que yo pienso, aunque pensándolo mejor mamá también piensa que nosotras no tenemos problemas y así anda el mundo, pobre Simón. Y detrás de Simón siempre los veo venir a la tía o al tío, atentos a que el petisito no se meta en líos, uy viene derecho a la pileta y la tía corre. Lo alcanzó. Creo que me voy a tener que aguantar las ganas que tengo de llorar, que no se me note, por Simón digo, por Simón y por Sofía, aunque por Sofi no creo, seguro que ella ya lloró. Tengo que preguntarle, porque eso me va a hacer sentir mejor. Sí, tengo que preguntarle a Sofía si ella ya lloró, se me ocurre porque es más grande que yo, pero dicen que los grandes no lloran y como puedo preguntarle sin decirle porqué le pregunto, a ver si todavía no lloró y la hago llorar como una pavota, como las ganas que tengo de hacerme agua, como esta pileta.
-Noe, Noeeeee, vení a cambiarte para la cena, salí de la pileta de una buena vez que te va a dar frío.
Ahí está mamá a los gritos, “Ya voy, ya voy”, ufa, qué pocas ganas de salir, aquí me siento con ganas de llorar pero no tanto, me parece que si veo al arbolito no voy a poder aguantarme y me largo a llorar. Otra vez mamá llamándome a los gritos, “Ya voy mamá, ya vooooy”. La tía se lo llevó a Simón orejitas para adentro y los veo mezclarse con los colores del arbolito como si anduvieran por sus ramas. Sí, es cierto que se puso fresco, mejor entro por la puerta de atrás que da a la cocina así no me ven la cara de ganas de llorar.

-Mami, donde puedo dejar la carta para Papá Noel.
-Dámela a mí que yo la pongo en el arbolito.
-Pero no te vayas a olvidar.

Para mí la fiesta verdadera pasa en la nochebuena, a mí me gusta más, y cuando esté pasándome dentro de unas horas la nochebuena estoy segura que me van a dar ganas de llorar, y sin embargo cómo puede ser que todos estén tan pero tan contentos, será porque ya se olvidaron de que lloraron una vez en nochebuena, habrán llorado como yo tengo ganas de llorar y que sino fuera por Simón y casi porque no sé si Sofi lloró o no lloró, lloraría mostrando este asqueroso aparato de ortodoncia que mamá dice tengo que usar por dos años, ¡dos años!, gritaría, ahhhhhhhhhhhhhh, y la lengua que no me entraría en la boca de grande y roja que se me pondría. Salpicaría todo. ¡Porqué!, porqué habré escuchado lo que charlaban en la cocina, no hay derecho que se olvidaran de cerrar la puerta, estoy molesta y también enojada. Me enojé. Ahora la veo a la abuela charlando con mamá y con la tía, de qué hablarán que la abuela se ríe así como cuando el abuelo todavía estaba con ella y no como si no estuviera ni con ella ni con nosotros, lo extraño al abuelo y Sofía que no sé por donde andará, para mí cuando uno ve en el almanaque diciembre, es como que todo se pone más lindo y con más color, hasta el paisaje que normalmente ponen en el almanaque es bien colorido, en diciembre los grandes tienen otro brillo en los ojos, algunos de alegría y otros padecen de ojitos tristes y te miran como diciéndote con la mirada, “Ojalá que no crezcas, estás tan linda”, y los sonsos que no cierran la puerta. Con Sofi hay veces que cuando la abuela o mamá nos miran así, de ojos melancólicos nos aprovechamos un cachito pero sin mala intención, hacemos como que queremos ayudar en casa, y nos ofrecemos para la cocina, o a barrer, o a ir al almacén y siempre ligamos algún billetito o nos dejan parte del vuelto para ir al kiosco. En Navidad es lindo porque los retos de los mayores luego de las travesuras no parecen retos y las penitencias se terminan antes de cumplirse. ¡Porqué mamá no cerraste la puerta, si siempre la cerrás! Noe, lo que ocurre es que es tiempo ya.

Quiero que escuches, que te escuches. Te lo vengo diciendo con las puertas.

Creo que los días previos tienen una mezcla de pausa y de vértigo, y es que todo el mundo aparece muy pero muy apurado haciendo compras, cocinando, hablando con amigos, organizando vacaciones, quejándose del tránsito y del calor y llegando a la cama mo-li-da, eso es lo que vemos con Sofi cuando mamá y papá comienzan a levantar los platos de la mesa y nos mandan a dormir con cara de “por favor vayan a acostarse” y nosotras obedientes pero…, les decimos hasta mañana y nos vamos a lavar los dientes. En general el humor va y viene desde la empalagosa melancolía que surge de los cantos en las iglesias a cierta preocupación inminente que llega de la mano de aquellos familiares cuyo trato no practicamos muy a menudo porque los vemos solo para las fiestas de fin de año o en los funerales. Y esto nos genera una inquietud muy similar a la espera de un regalo, porque con un regalo pasa que deseamos que en él esté eso que hemos ido anunciando y pidiendo en las cartas, o eso que ha sido comentado con abuelos y con primos, nunca con los padres o con los tíos, ya que no sería entonces algo infantil. Es decir para que Papá Noel se entere pero sin saber que nosotras sabemos que tenemos ganas de llorar en esta nochebuena porque mamá dejó la puerta abierta, esa puerta que siempre cierra, o mejor sería decir esa puerta que siempre cerraba.

La Navidad se hace presente mucho antes de que sea Navidad, y esa intensa expectativa se vuelve más y más expectativa, y vemos a los mayores en los negocios que hay alrededor de la plaza del barrio abordando las jugueterías, sitiándolas, agobiando a los vendedores y agobiándose mientras nosotros nos hamacamos en los juegos de la plaza o tomamos un helado en lo de Cristóbal con ese billete buena onda que nos dio mamá o la abuela. El mundo creado por ese anhelo es tan fuerte y tan difícil de explicar que aún siendo nuestro regalo el deseado, no podemos dejar de sentir la brisa de la decepción, quizás porque una vez conocido aquello que hasta hacía nomás un rato no conocíamos, estamos perdiendo algo.

Perdemos. Hoy es nochebuena, ahora perdimos ese desconocimiento que ostentamos detrás de la puerta, salgo de la foto que me sacó la tía, siempre perdemos con la puerta abierta, se puso el sol y hace frío, y que en definitiva es lo que podría haber sido pero que no fue así, y detrás de la puerta sigue escuchándose con claridad como conversan. Voy a entrar por la puerta de atrás porque no quiero que me vean que sé lo que sé. Hoy es nochebuena otra vez y las cartas ya están en el arbolito para que nadie vea lo que habla mamá que hace tiempo dejó de cerrar la puerta. Aún así no dejo de enojarme. Me enojo otra vez, como Sofi y como papá que también están enojándose detrás de la puerta, y ahí viene otra vez el petisito, uy, casi se tropieza con ese andar desparejo y menos mal que atrás viene la tía, a rescatarlo a Simón antes de que se caiga y se moje… detrás de la puerta que mamá ha dejado de cerrar.