En mis manos otra vez tus versos, toco tu envoltura, esa que te coloqué, protegiéndote, cuidándote, y escucho el roce de sillas en el piso al ordenarse.
Hojeo, te hojeo, ya puedo tutearte, nos conocemos hace tanto, has intentado mantenerte en tu lenguaje, y escucho una risa rítmica y gravosa.
Me inclino hacia vos, sobre vos, no me pesa recorrerte, indagarte, inalcanzable antes, ¿y ahora?, y escucho el aire cortado por los vehículos en la avenida.
Sigues ahí, entre la azucarera y la taza ya casi vacía, usada, y escucho lo que tarda el mozo en darme el vuelto, lo escucho.
Tanto recorrimos, fuiste galeón de mis sueños, nos atrajimos, y escucho los buenos días en una mesa vecina.
Estás triste, estamos tristes, ambos sabemos que poco es el tiempo que nos queda, lo estiramos, y escucho obsecuente la máquina del café.
Tu futuro será tranquilo y sedentario, el mío nómade y agitado, pacerás vertical y entre los tuyos, y escucho que llaman desde la cocina.
Ahora entiendo tu esencia, ésa que me obnubiló o aquella que adrede ignoré y esquivé durante un tiempo, y escucho que alguien le paga al mozo.
No quería introducirme en tu narrar, lengua mágica, quería escuchar, lied que baja por las calles y disfrutarlo, sólo eso, y escucho la realidad de un bocinazo.
Porque estábamos seguros los dos, que cuando el velo se deslizara, ojos de buey, nosotros bifurcaríamos nuestro transitar, y escucho tu sollozar, me escucho.
1 comentario:
Tu veta romántica aparece siempre en tus textos.ALBERTO
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