viernes, 28 de octubre de 2016

MURAL

Ana María se murió hace apenas unos días. Como no podía ser de otra manera, fue triste.
Hace un año los análisis indicaron que le quedaba poco tiempo. Vivimos lejos. Comencé a visitarla mucho más de lo habitual. Un fin de semana sí, un fin de semana no. En ocasiones me acompañaban mis hijos.
Cuando su cuerpo todavía se lo permitía, se levantaba y en la silla de ruedas la llevaba a la cocina donde solíamos pasar la mayor parte de las horas. Veíamos a Mirta Legrand en la televisión. Ella se divertía y me decía que Mirta era más vieja que ella y sin embargo lo bien que estaba. Las mañanas pasaban rápido, comíamos, después dormía la siesta.
Recién conocí a Ana María este último año, es que cuando uno es chico o joven, cuanta atención le presta a los padres. Ellos están ahí, disponibles, la comida y la ropa están a mano. Es una época donde no existe la conciencia de la muerte.
Las horas y los días que pasamos juntos, las charlas y los silencios que compartimos, el afecto manso que nos brindamos, las preguntas que no nos hicimos, me dieron y le dieron también a ella, una muerte amable. Igual dolió, igual duele. Estoy triste pero no me quejo.
La mañana en Bahía Blanca estaba soleada y ventosa cuando la llevamos al cementerio, y de la arboleda de eucaliptos centenarios que rodea las tumbas descendía una tranquilidad que reconfortaba. Comenzaba el día, la tierra arenosa y oscura cayó sobre el cajón, luego nos fuimos.
Al volver a la casa Agustina propuso pintar un mural en la pared medianera. Nos pareció bien. La pintura puede verse desde la pieza de Ana María y también desde la cocina. No estoy triste porque pudimos compartir lecturas y crucigramas, hablar de nuestras cosas, llevarte un libro, ayudarte con las pantuflas y tomar unos mates.

Yo no sé si como algunos creen te vamos a volver a encontrar, yo no tengo esa fé, pero lo que si tengo es un recuerdo tangible, entrar a tu pieza cuando ya no estabas y sentir el perfume que usabas, recoger la manta que cubría tus piernas, guardar la silla de ruedas, son sensaciones que no tienen nombre pero no estoy triste Ana María, solo me siento algunas veces un poco extraño, como ahora mientras escribo.