Llueve, y aún
antes de que abra los ojos, dentro de la penumbra de su cuerpo, escucha llover.
Mzungu. Piensa la lluvia como una
corriente. Piensa en un río. Se incorpora en la cama y se
levanta. Ahora, sentado frente a la ventana, continúa oyendo llover. El canto
de los pájaros lucha por un espacio en sus oídos. Llueve. No ha escuchado el canto del gallo, no sonaron hoy las campanas de la iglesia, pero llueve. Aguza la vista, pero
solo puede oír que llueve. Mzungu. Piensa
que también podría ser mentira, que muchas cosas en esta tierra no parecen ser
lo que parecen, la hora por ejemplo, cada vez que mira su reloj debe pensarla.
Las bicicletas, las vacas y las personas, todo circula en forma desordenada y
con leyes que lo descolocan. Mzungu. Recuerda
las risas y el estribillo de aquella palabra y más risas. Las manos
acercándosele al cuerpo, a su pelo, a su ropa. Mzungu. Los sonidos a veces, tocándolo en algunas ocasiones, y más
preguntas y más gestos mientras camina. Mzungu.
Y la tierra roja que le va tiñendo los pies, que le va manchando la ropa, y las
risas. Las miradas llenas de risas rojas… Mzungu. Mzungu.