Ilustración: Agustina Fuster |
Pensó en las hojas de otoño a punto de comenzar a caer.
Una formación de camiones del ejército y varios colectivos de larga distancia circulaban a paso de hombre.
Los soldados se asomaban por las ventanillas. Son más jóvenes de lo que pensé se decía Cristina mientras avanzaba.
Las manos, los brazos, y los rostros de los soldados recibían cosas. Recibían caricias. Recibían afecto sin comprender. Qué importaba.
Volvió casi corriendo y recogió la caja que entregó a uno de los camiones.
Pensó que la mejor recompensa por ese acto era justamente eso, haberlo hecho.
“Tengo tres hijos varones de nueve, siete y cuatro años, pero me imagino y me pongo en el lugar de las madres que, de este lado del océano, tienen la incertidumbre de la espera. Por eso, en nombre de todas, les hago llegar este sentimiento. Suerte y fe. Una madre santafesina".
Que llegue anheló la mujer. Que llegue volvió a pensar y retornó a su casa. La esquela en un sobre, y en medio de los demás objetos: comida, chocolates y algún abrigo, llegó.
Edición estimada Junio 2012