viernes, 19 de febrero de 2016

VACACIONES DE INVIERNO


Llega el viernes y papá se va a trabajar. Mamá nos llama para ir al colegio y hoy sí tenemos ganas de ir, y no tiene que insistir para que nos levantemos. Por dos semanas no voy a ver a mis amigas y compañeros del colegio. Mamá nos mira cuando tomamos la leche, y no anda caminando por los pasillos de la casa juntando cosas como los demás días. Pareciera que mamá también está por comenzar las vacaciones de invierno. Vamos al colegio y la mañana pasa muy lentamente. No prestamos atención en clase, no hay forma y los profesores conversan con nosotros de cualquier cosa, no hacemos tareas y tampoco nos toman lección. Salimos del colegio un poco antes y nos despedimos a los gritos, las madres agitan los brazos en alto para que cada uno ubique a la suya y mientras lo hacen sonríen y abren mucho la boca. Cuando llegamos a casa vemos los bolsos que cada uno tiene que llevar, mamá los ha dejado en cada pieza. La ropa seleccionada está prolijamente colocada sobre la cama de cada uno. Tiramos las mochilas del colegio por cualquier lado pero mamá hoy no nos reta. El perro ladra afuera contra la medianera de la vecina porque seguramente María del Carmen anda con sus plantas y mamá calienta la comida que vamos a almorzar. Papá llega mientras hacemos los bolsos, y mi hermana mayor se queja porque mamá no le ha lavado la ropa que usó el sábado a la noche y dice que no tiene qué ponerse. Tomás anda por el pasillo arrastrando el oso que duerme con él y preguntando dónde lo guarda porque quiere llevarlo. A mí la ropa no me entra en el bolso, y papá le dice a mamá que tiene que quedarse unos días, mientras ella le dice a Tomás que deje ese oso en su pieza que no hay lugar para llevarlo. Papá cuenta porqué no puede venir, y Tomás llora, el llanto es tranquilo pero cuando se da cuenta que ni papá ni mamá le prestan atención, comienza a gritar mientras simula que llora y mamá me dice que lleve a Tomás a su pieza. Papá pone la mesa para almorzar, pero mamá no almuerza y mientras comemos papá es el único que habla. Almorzamos entre los llantos de Tomás, las preguntas de papá y las protestas de mi hermana mayor. Mamá no habla, nos mira a nosotros pero me doy cuenta que también evita mirar a papá. Cuando terminamos de almorzar papá se vuelve a trabajar y Tomás que todavía está lloroso ya no grita, mientras levanto la mesa, mamá lo alza y le habla cariñosamente, es como si finalmente luego de haber estado callada necesitara decir algo y se aferra entonces a los caprichos de Tomás para hacerlo. Ordenamos todo rápido y así nomás, llevamos los bolsos al coche, nos peleamos con mi hermana mayor por ir adelante, y Tomás está contento porque su oso viene con él. La última en subir al auto es mamá que nos habla despacio y tranquila y nos dice que en tres horas estamos en la costa. Cuando salimos el día está lindo y anda poca gente por el barrio. Mientras cargamos nafta en la YPF de la autopista, mi hermana mayor trae unas golosinas que ha comprado luego de ir al baño con la plata que mamá le dio. Nos peleamos con Tomás por los bubbaloo y después nos quedamos dormidos.

El aire que entra por la ventanilla de mamá nos despierta y me doy cuenta de que ya estamos a pocas cuadras de la casa. El día está fresco pero muy soleado y mi hermana mayor dice que Sofi y Mary llegan hoy, si pueden salir a bailar. Mamá no le contesta y Tomás que no pudo quitarse el cinto, intenta agarrar su oso que está en el fondo del coche pero no llega y llorisquea. Mamá estaciona en la vereda de enfrente, y por unos instantes nadie hace nada, todos miramos hacia la entrada de la casa. El pasto está crecido, la verja de calle está abierta y un par de bolsas revolotean animadas por los remolinos que hace el viento. Cuando bajo la ventanilla el olor del aire salado me alegra. Bajamos alborotando la siesta del pueblo, no pasan coches y tampoco se ve a nadie caminando. La señora que vive con los perros al lado de nuestra casa se asoma al porche de la suya y agita su mano para saludarnos pero mamá que está intentando quitarle el cinto a Tomás no la ve, y yo la saludo por ella. El frío húmedo del interior del chalet nada tiene que ver con el día lleno de luz que hay en la calle y nos quita un poco el entusiasmo. Estamos cansados del viaje. Mamá entra con los bolsos más grandes y va hacia la caja donde hay que accionar una llave para que las luces puedan prenderse. Hace eso y luego se acerca a las persianas del living que dan a la calle, quita las trabas y las levanta. Vemos las motitas del polvo flotar cuando la luz invade el living y mamá abre las ventanas. El aire suave y apenas cálido de afuera lucha con el aire frío y estanco de la casa y nosotros que estamos esperando de pie que mamá nos diga algo, tiritamos. Ella pregunta si nos parece que mejor, antes que desarmar los bolsos nos vamos a caminar por la costanera y no hace falta que digamos que sí porque nuestras caras sonríen y las cabezas asienten, entonces salimos otra vez, mamá cierra la puerta, y  vamos hacia la esquina de la derecha que es donde comienza la peatonal que llega al mar. Todavía no hay mucha gente, es viernes, y aún es temprano, mamá dice que tuvimos un viaje lindo y yo pienso cuándo va a llamar a papá para decirle que llegamos bien. Mi hermana mayor parece tener el mismo pensamiento y se lo dice, pero mamá nos muestra una vidriera con ropa cuando vemos que Tomás se ha parado en la entrada de una heladería y está mirando a algunos chicos que toman helado. Me olvido de la pregunta de mi hermana porque la vidriera es muy llamativa, mi hermana ha entrado y detrás de ella entra mamá con Tomás a upa, y aún me quedo afuera viéndolas, mi hermana mueve un poco algunas perchas, le interesan las soleras, esas que solo tienen breteles finitos, dice que las que no lo tienen, que llevan un elástico y que se ciñen al pecho son para gente grande, viejas dice ella. Una chica apenas un poco más grande que mi hermana se les acerca, no las oigo desde la vereda pero me doy cuenta de que les pregunta sobre qué están buscando porque la chica asintiendo se aleja al fondo del local y regresa luego de un momento con dos o tres prendas que mi hermana y mamá miran con atención. Tomás se ha alejado un poco de mi madre y entra y sale de un montón de vestidos que cuelgan. La señora que está en la caja lo observa muy atenta, todo lo que mi familia hace se nota porque no hay otros clientes en el negocio. Entro. Mi hermana se ha metido en uno de los probadores del fondo, mamá está buscando a Tomás con la mirada cuando me ve entrar y me pregunta dónde estaba pero no espera que le responda, y cuando encuentra a Tomás lo alza y le da como siempre un beso en la mejilla y él se queda quieto, y se acomoda al espacio que mamá le hace entre los brazos, mi hermana sale sonriente, se ha puesto una solera color salmón, lisa y que parece tener un brillo parecido a los globos perlados, mamá sonríe también y le pregunta a la chica cuánto cuesta, la chica se aleja por unos momentos hacia el mostrador y se pone a hojear una carpeta. Desde allá le dice a mamá el precio y ella cuando se acerca luego de dejar a Tomás en el piso que parece contento de recupera la libertad, le pregunta si puede pagar con tarjeta de crédito. No, dice la chica, por el momento están canceladas agrega, y entonces mamá le dice gracias, luego se acerca a mi hermana mayor y le susurra al oído que en otro momento pasarán, pero ambas sabemos que no vamos a volver. 

Estamos llegando a la costanera, no hablamos, Tomás trota de un lado a otro y cada corrida es acompañada de las advertencias de mamá para que no se aleje y que tenga cuidado. Ahora hay más gente y ya no nos resulta sencillo caminar todos juntos. Para cruzar la avenida costanera mamá alza otra vez a Tomás que patalea un poco y hace fuerza arqueando su espalda para atrás queriendo zafarse. La vereda de la rambla es amplia, el aire nos revuelve las melenas, y aunque no hay gente caminando por la playa, nos quitamos las zapatillas y bajamos las escaleras, mamá ayuda a Tomás que no puede quitarse el doble nudo de las suyas y se ha puesto a refunfuñar sentado en el piso. Cuando piso la arena siento alegría, está fresca y aunque hay mucho sol todavía no hace calor. Los granos de arena invaden todos los espacios entre los dedos de mis pies, Tomás se ha adelantado unos cuántos metros pero mamá no le dice nada, mi hermana mayor sigue con la misma actitud distante, pensando en aquella solera, segura que no se la va a comprar, mamá que ya está acostumbrada le habla de cualquier cosa. En uno de esos lugares para comer hamburguesas que están en la playa, en la parte que la marea cuando sube no llega, se ve a dos hombres trabajando, cavan pozos, unos palos largos y redondos están acomodados cerca y prolijamente como si recién hubieran llegado. Cuando pasamos cerca uno de ellos deja de hacer lo que está haciendo y mira a mi hermana, los otros algo le dicen y ríen entre ellos pero no entiendo por qué, ni qué  dijeron, mamá se ha distanciado de mi hermana para ir a buscarlo a Tomás, y mi hermana se ha distanciado de mí como si no quisiera caminar a mi lado o las risas de los hombres la hubiesen hecho apurar el paso. Llegamos al mar, Tomás se ha mojado el jogging hasta las rodillas y mamá se ha agachado para arremangarle las botamangas mientras lo reta un poco pero sin convicción. La veo sonreír por primera vez desde que almorzamos en casa antes de salir. Me acerco al agua con frío en el cuerpo, acá la temperatura es diferente a la que sentíamos caminando por la peatonal y bastante más baja que la que hacía en casa a la mañana antes de salir. El viento incluso sopla más fuerte y ha comenzado a nublarse, Tomás es el único que no parece sentir el cambio de temperatura y corre feliz soltando grititos cuando el agua que sube lo toca, la esquiva huyendo de ella hacia la arena seca y cuando la ola se retira la persigue. Mamá y mi hermana se han echado en la arena y lo ven correr, yo juego con mi pie izquierdo en el agua, poniéndolo y sacándolo pero como me estoy aburriendo me dan ganas de correrlo a Tomás un poco, lo hago y mi hermano chilla de alegría, un hombre grande que está muy bronceado para la época pasa a nuestro lado cuando estoy persiguiendo a Tomás y me sonríe. Volvemos caminando adonde están mamá con mi hermana mayor, tenemos los pelos alborotados, las mejillas coloradas y los pies fríos, Tomás le dice a mamá que tiene sed y por un momento creo que ella no va a hacer nada con eso, sin embargo, se sacude la arena de las manos, le dice algo a Tomás y lo atrae hacia ella. Tomás se deja hacer y se tranquiliza cuando se ubica en el nuevo hueco que mamá le ha hecho y yo me quedo de pie sola y con los pies fríos mirándolos. Mi hermana tiene la vista hacia el mar, los ojos celestes muy bonitos y también melancólicos, sé que está pensando en el chico que le gusta porque siempre que lo hace pone la misma cara. Mamá habla por el celular con papá y Tomás le tironea el pantalón y a la vez que lo hace salta y le dice cosas para que le preste atención, se nota que está cansado, yo también estoy cansada y tengo ganas que volvamos al chalet, desarmemos los bolsos y comamos algo, entre una y otra cosa me doy cuenta que tengo hambre y se lo digo a mamá cuando corta, pero es como si ella no entendiera lo que le digo, entonces vuelvo a hablarle y ahora sí me contesta que vamos mientras alza a Tomás y le dice algo a mi hermana mayor que también se pone de pie. 

Regresamos por otra calle y no hablamos, el único que hace preguntas es Tomás y se nota que mamá está cansada porque ya ni le contesta aunque a él no le importa. Entramos a la casa y sentimos la humedad y el frío de una casa que no ha estado abierta por meses, mamá enciende la luz y suspira cuando agarra la valija más grande,  mi hermana agarra su bolso y yo el mío, Tomás se tira de panza en el sofá del living y veo que mamá lo mira con ternura y tristeza y no lo reta porque haya puesto las zapatillas encima. Yo dejo mi bolso y voy al baño, cuando tiro del depósito del inodoro, sale agua algo amarillenta que parece ensuciarlo todo y lo mismo me ocurre cuando abro la canilla del lavatorio, no hay agua caliente porque no hemos prendido el termotanque, y después de unos momentos el agua ya sale limpia y se lleva los restos amarronados de óxido, y entonces me lavo la cara y como no hay toallas en el baño salgo al pasillo y algunas gotas chorrean y mojan la alfombra, me dirijo a la cocina y veo antes de hablarle a mamá que está distraída mirando por la ventana que da al patio, no digo nada y me quedo de pie mirándola desde el umbral de la puerta mientras escucho el sonido de la televisión que mi hermana mayor ha encendido para que Tomás se entretenga y nos deje poner en marcha algunas cosas de la casa. Cuando mamá se da la vuelta y me ve intenta quitarse algunas lágrimas que tiene en los ojos, pero sabe que ya la he visto, así que me pregunta que necesito y antes que le diga nada me pide que vaya a la despensa que está enfrente a comprar leche, algo de pan y un paquete de chocolinas, me da el dinero y cuando lo hace toco a propósito su mano que está fría pero suave, ella me mira e intenta sonreírme pero no puede y para evitarle un mal momento, salgo corriendo a comprar lo que me ha pedido gritándole a mi hermana que cierre la puerta con llave cuando salgo. Cruzo la verja de calle y camino despacio, la avenida tiene ahora mucho tránsito, así que me voy hasta la esquina y espero que el semáforo corte para cruzar, en la despensa no reconozco a quienes atienden, y ellos tampoco me reconocen a mí, es gente nueva y son más jóvenes que los dueños anteriores, no tienen leche en sachet así que me dan en cartón y descremada, sé que a mamá no le va a parecer mal aunque ella prefiere que tomemos leche entera. El dinero que me dio mamá no me alcanza, pero cuando les digo que estoy enfrente el hombre me sonríe y me dice que mañana le pague lo que falta. Mi hermana me abre la puerta y me dice que mamá está bañando a Tomás que ponga una cacerola de agua a hervir que comemos tallarines, odio que mi hermana mayor me de órdenes y estoy a punto de decirle que por qué no la pone ella cuando escucho a mamá cantándole a Tomás la canción que le gusta, así que me olvido y voy a la cocina a prender el fuego. Guardo la leche en la heladera y cuando mamá ve el cartón me dice que no hace falta si no está abierta dejarla ahí, pero que no importa que es igual, no nota que es descremada y echa un puñado de tallarines en la cacerola que ya tiene el agua caliente, yo voy a mi pieza y me tiro en la cama con un libro a esperar que se haga la hora de cenar, no pienso poner la mesa, que lo haga mi hermana que se lo pasa enviándose mensajes con el chico que le gusta y con sus amigas desde que salimos de Buenos Aires, afuera ya se hizo de noche así que cierro la ventana de mi pieza y escucho que abajo alguien también está cerrando las otras persianas. Mamá nos llama a cenar y mientras le sirve a Tomás los tallarines nos dice que ella y papá van a separarse, que no nos preocupemos porque a nosotros no nos va a pasar nada, que ellos decidieron que es lo mejor para todos, que hace tiempo que han dejado de quererse, Tomás agarra los tallarines con la mano y ensucia todo lo que tiene a su alrededor, y mamá no se da cuenta porque se ha quedado mirándonos a nosotras, mi hermana mayor y yo no decimos nada, yo quiero decir algo pero no me salen las palabras, me asoman unas lágrimas que mamá nota y le hacen arquear las cejas de una forma que no recuerdo haberle visto, mi hermana mayor se pone de pie y casi tira la silla cuando lo hace, agarra su celular y se va de la mesa sin decir nada, Tomás grita y a mamá que todavía no ha soltado la olla con los fideos se la ve muy seria y pálida.


Algunas veces pienso en cosas raras, como ahora que estamos volviendo y vamos por la ruta, y veo el campo, a las vacas y también los alambrados como una línea continua y sinuosa que sube y que baja, a veces se ensancha y otras se angosta y también cambia de colores, miro a mamá, aunque en realidad miro la nuca de mamá, y en el espejo retrovisor puedo ver su cara, pero solo veo los lentes para el sol que lleva puestos y que ocupan casi todo el espacio del espejo, encima de ellos una arruga gruesa y algo más oscura que parece hecha con un lápiz corta la piel que va de una ceja a la otra, ella mira hacia el horizonte que monótono surge adelante, y es permanentemente atravesado por las líneas pintadas en el asfalto, hay sol, bajo un poco la ventanilla para sentir el viento, y cuando lo hago se me revuelve un poco el pelo y el sonido interior del coche se altera, por unos instantes hasta que la vuelvo a cerrar quedamos mirándonos con mamá aunque ella sí pueda verme y yo solo puede ver los lentes y, siento que mamá está más vieja, no es algo que me pongo a pensar sino que lo vivo como si se estuviera muriendo, es que todos acá dentro del auto también nos vamos a morir alguna vez, incluso Tomás que está dormido y tiene los cachetes muy rojos y calientes, lo sé porque al verlo recostado así contra uno de los bordes de la sillita en la que va sentado, no puedo evitar acercar mi mano y tocarlo, mi hermana mayor tiene los auriculares puestos y la música que está escuchando está tan fuerte que puedo oírla, mamá le dice que la baje, que se va a quedar sorda, pero ella no hace nada, o bien no puede oír a mamá, o bien no quiere oír a mamá, o ya se murió, como yo, como las vacas en los campos que estamos atravesando, como papá en Buenos Aires.