"En la página 101 leo: "La ambulancia llega
enseguida.", y no puedo seguir.Cuando empiezo a
escribir, sé que en un rato voy a pasar por Haedo, que voy a intentar acercarme
a la casa donde vivió Herminia. Hoy hace mucho calor en Buenos Aires, cuántas
veces me transpiré desde que salí en la mañana temprano, dos, tres, ¿cuatro?
Hacía
un calor pastoso cuando bajé en la estación de Haedo, fuí hasta el cruce a
nivel y por Fasola me dirigí hacia el barrio de tía Herminia. Camino por
barrios de casas bajas y avanzo haciendo zigzag por las calles, atravieso la
placita de Rubens y Defensa que tiene un recuerdo especial para mí, por
momentos camino por las veredas, por momentos voy por la calle. El sol está
vertical y escasean las sombras, el verano está en su apogeo y pocos coches
circulan. La gente no anda por la calle a estas horas. Antes de cruzar Gaona me
llama la atención la cantidad de casillas de vigilancia que encuentro, cuento no
menos de cinco. En la cuadra donde vivía Herminia hay una en cada esquina y no
puedo evitar recordar que en la novela se cuenta que quedaba la puerta
abierta del único vecino que tenía teléfono. Me sorprende en esta parte de
la ciudad la cantidad de dúplex construidos, aunque luego de cruzar Gaona algo
pasa, o algo me pasa. El barrio parece cambiar un poco, quizás sean los árboles
que yo encuentro más altos, o quizás sean algunas esquinas, las casas, o
algunos negocios que yo veo más viejos y comienzo a fantasear en que quizás ya
estaban cuando Herminia vivía. Llego a la calle Marcos Paz por Gelly Obes y
sobre esta última veo el cartel de la Farmacia González. Sonrío con la
decoración de unas baldosas en la vereda, un hombre sale de una casa, yo voy
con el celular en la mano, y cuando me detengo para sacar una foto me siento
en falta, me siento incómodo, tengo temor a que alguien esté espiando mi andar
en este desierto de ciudad y de sol. Una señora viene en sentido contrario, no
la miro, no me mira, quiero evitar incomodar. Saco otra foto a una pintada en un
muro: “Aún tengo al sol para besar tu sombra”. En la última esquina el guarda
de la casilla de vigilancia mira su celular, paso a su lado, y presto atención a
la numeración, creo, quizás me equivoque que los números pares están a mi derecha, me confundo, así que cuando paso
por el frente de la casa no la veo. Retorno sobre mis pasos y busco la casa, me
ubico en el medio de la calle para verla bien, no vienen autos
y el guarda sigue atento a su celular. La casa de Herminia es de un
celeste viejo rematado con frisos blancos, las rejas son negras, me gusta,
temía, tengo que ser sincero, que fuese un chalet o un dúplex, o tuviera en el
jardín un león descansando o un angelito sobre una fuente. En la vereda un árbol
inmenso - luego me daré cuenta que es el más alto de toda la cuadra -,
caracolea con su tronco y la copa sobrepasa sin esfuerzo los cables de la luz
en varios metros. Más adelante –cuando comienzo a volver- un sauce llorón me obliga a
mirarlo y a fotografiarlo. En la esquina de Paraguay me detengo y miro hacia la
casa, "A veces sueño con mi tía Herminia. Está en la puerta de casa...
Aguarda hasta que llego a la esquina y me doy vuelta. Sonríe...", es el
epígrafe de la novela, pienso que quizás estuve en esa esquina desde donde ves
que ella te mira, es decir, en ese recuerdo, es decir, en ese sueño que soñabas
y que quizás seguís soñando. Caminando me encuentro con el almacén de Paraguay y Chile, luego con el club
Español, la plaza de Ameghino y Gelly Obes, todos lugares donde podés haber ido a comprar un kg de azúcar, donde tal vez pueden haberte besado, donde quizás hayas incluso bailado. De pronto otra vez Gaona, el
semáforo detiene autos y colectivos, yo cruzo la avenida corriendo porque el
semáforo libera el tránsito. Al llegar al otro lado de Gaona siento que salí de
un cuento, siento que salí de tu cuento.