Gracias Liliana, por el humor y la dedicatoria implícita
un cuento de Liliana
Masse
Por ahí andan diciendo que yo, hablo raro. El
lunes por la mañana el diariero de mi barrio me dijo: andan diciendo que hablás
raro.
Según mi hermana, desde chiquito, cuando mamá miraba
en televisión novelas mejicanas. - Daniel Hernando, ¿fuiste tú el que
ha volcado la mantequilla sobre la mesa? - Si, madre, fui yo, pido
disculpas, no lo he hecho adrede.- Estabas como traducido.
Me encontré con Marta. Ella me gustaba mucho.
Fuimos al Olmo, en Pueyrredón y Santa Fe. Le dije: ¡Ah!
No es cierto, ángel de amor/ Que en
esta apartada orilla/ Más
pura la luna brilla/ ¿Y, se respira mejor?/…/ Que espera cantando al día/
¿No es cierto paloma mía?/ ¿Que están respirando amor? Marta miró a través de
la ventana del bar y trató de encontrar
la orilla o la luna. -¿Te sentís bien?, me preguntó.
Una tarde, en Charcas y Julián Alvarez, justo
en la esquina, me sentí descompuesto y empecé a vomitar conejos y sentía que el
pulóver me asfixiaba. La gente se agolpó
alrededor mío. Llamen a la ambulancia - dijo un vecino. – No, tranquilos, estoy
leyendo a Cortázar, ya se me pasa. Les
dije.
Invité a cenar a Julia. En el medio de la
velada me puse romántico y le dije: CON
MI YO Y MIL UN YO Y UN YO/ CON MI YO EN MÍ/… /MI YO ANTROPOCO
SOLO… Julia me interrumpió, se sonrió y muy tranquilamente me dijo: Estás
leyendo a Girondo.
Decidí
tratarme.
En fin, ya algunos se habían dado cuenta de mi
síntoma. Cuando en la charla con amigos
yo decía que había habido un asesinato y luego comenzaba a relatar la
investigación se daban cuenta que estaba leyendo a Claudia Piñeiro. Mis amigos
lo tomaron como un juego, y apostaban. El que adivinaba que era lo que yo
estaba leyendo, no pagaba la cerveza. Si
yo decía que un pavo real caminaba en medio del comedor, alguien gritaba: “Carver”. Un día llegué
hablando de psicoanálisis y de pacientes. El mozo se acercó con la bandeja en
la mano, me preguntó:- ¿Ud. No estará leyendo a Rolón? Lo que más los divertía
era cuando leía a Fontanarrosa.
Tanto fue así que un verano en el que la
temperatura era de 35 grados, yo andaba con bufanda, campera impermeable y
guantes, justo cuando leía Sukkwan Island. -No vio Zelig?- me preguntó el terapeuta.
-Véala. Me pasaba casi lo mismo que a Woody Alen. Entre mi terapeuta y mi
profesora de taller literario, me doy cuenta que estoy mejor. El síntoma ya está
desapareciendo. Ayer, cuando me desperté,
sentí que tenía varias patas peludas, y
me costó bajar de la cama. Mi familia me llamaba Gregorio.
El relato original fue adaptado a esta publicación manteniendo su esencia.