viernes, 19 de julio de 2013

HABLO RARO

Gracias Liliana, por el humor y la dedicatoria implícita


un cuento de Liliana Masse

Por ahí andan diciendo que yo, hablo raro. El lunes por la mañana el diariero de mi barrio me dijo: andan diciendo que hablás raro.

Según mi hermana, desde chiquito, cuando mamá miraba en televisión novelas mejicanas. - Daniel Hernando, ¿fuiste tú  el que  ha volcado la mantequilla sobre la mesa? - Si, madre, fui yo, pido disculpas, no lo he hecho adrede.- Estabas como traducido.

Me encontré con Marta. Ella me gustaba mucho. Fuimos al Olmo, en Pueyrredón y Santa Fe. Le dije:   ¡Ah!  No es cierto,  ángel de amor/ Que  en  esta  apartada  orilla/ Más  pura la luna brilla/ ¿Y, se respira mejor?/…/ Que espera cantando al día/ ¿No es cierto paloma mía?/ ¿Que están respirando amor? Marta miró a través de la ventana del  bar y trató de encontrar la orilla o la luna. -¿Te sentís bien?, me preguntó.

Una tarde, en Charcas y Julián Alvarez, justo en la esquina, me sentí descompuesto y empecé a vomitar conejos y sentía que el pulóver me asfixiaba. La gente  se agolpó alrededor mío. Llamen a la ambulancia - dijo un vecino. – No, tranquilos, estoy leyendo  a Cortázar, ya se me pasa. Les dije.

Invité a cenar a Julia. En el medio de la velada  me puse romántico y le dije: CON MI YO Y MIL  UN  YO Y UN YO/ CON MI YO EN MÍ/… /MI YO ANTROPOCO SOLO… Julia  me interrumpió, se  sonrió y muy tranquilamente me dijo: Estás leyendo a Girondo.

Decidí  tratarme.

En fin, ya algunos se habían dado cuenta de mi síntoma. Cuando en  la charla con amigos yo decía que había habido un asesinato y luego comenzaba a relatar la investigación se daban cuenta que estaba leyendo a Claudia Piñeiro. Mis amigos lo tomaron como un juego, y apostaban. El que adivinaba que era lo que yo estaba  leyendo, no pagaba la cerveza. Si yo decía que un pavo real caminaba en medio del comedor,  alguien gritaba: “Carver”. Un día llegué hablando de psicoanálisis y de pacientes. El mozo se acercó con la bandeja en la mano, me preguntó:- ¿Ud. No estará leyendo a Rolón? Lo que más los divertía era cuando leía a Fontanarrosa.

Tanto fue así que un verano en el que la temperatura era de 35 grados, yo andaba con bufanda, campera impermeable y guantes, justo cuando leía  Sukkwan  Island. -No vio Zelig?- me preguntó el terapeuta. -Véala. Me pasaba casi lo mismo que a Woody Alen. Entre mi terapeuta y mi profesora de taller literario, me doy cuenta que estoy mejor. El síntoma ya está desapareciendo.  Ayer, cuando me desperté, sentí que tenía  varias patas peludas, y me costó bajar de la cama. Mi familia me llamaba  Gregorio.

El relato original fue adaptado a esta publicación manteniendo su esencia.