20 de Diciembre de 1882
Limoges, Francia
Querida Constance, he recibido la tuya del pasado septiembre y me alegra leerte tan feliz. Desconocida diría. Que contento me ha puesto descubrir que aquella hermana que tanto cuidó de mí sonría de esta forma, con esas frases que solo el amor y la felicidad pueden hacer surgir de la pluma.
Ahí está mi adorada Constance alzándose dichosa sin importarle las consecuencias que la propia dicha puedan acarrearle. Porque mi querida, nosotros sabemos de lo efímera y frágil que puede ésta resultar. Cuántos momentos compartidos en los rincones de aquel desván, cuántos silencios sostenidos ante la realidad que nuestros padres decidieron darnos. Cuántos. Y es por ello que a pesar de la enorme alegría inicial debo interponer a mi pesar unos párrafos que te parecerán sombríos dentro del jardín en el que hoy vives. Pero tú más que nadie sabes que tanta luz y tanto sol agobia a los pétalos de las rosas cuanto más bellas son, necesitan por tanto de alguna sombra en la que poder retozar, en la que reinventar sus aromas y sus colores. Yo seré para ti esa pausa, es decir que daré una sombra lo más delicada posible, que sosiegue el fuego estrepitoso que significa enamorarse, no para enturbiar el momento de dicha sino para que tanta luz no ciegue tu futuro junto al ser del que te has enamorado. Ah Constance, me has llenado de alegría pero también de preocupación.
Por eso querida, deberás perdonarme el haber testado alguna palabra o quizás un párrafo entero, pues contrario a mi cuidado habitual en estos menesteres, la emoción y la urgencia deciden por mí. Dices bien, Grandpapa no te apoyará y la abuela Mary no finge, no te engañes. Ella ve, y desearía que no te enamores de Oscar Wilde. Todos nosotros nos preocupamos por ti en exceso. Me preguntas además si te apoyaré y en esa forma que tienes de ablandarme, veo el fondo violáceo de tus tiernos ojos suplicarme. Acertaste, es cierto, yo lo conozco muy bien a Oscar, hemos compartido situaciones de toda naturaleza, anécdotas divertidas han nutrido nuestra relación. Recuerdo las inolvidables discusiones literarias y de las otras, Oscar, sabrás ya, es un hombre que nunca pareciera detenerse, y su andar va dejando boquiabiertos a la gente que lo rodea, pues la naturalidad con la que encara situaciones que podrían llevar a cualquiera al escándalo, es tan natural que da temor. Uno piensa que Oscar es capaz entonces de cualquier cosa.
Y es por ello dulce Constance que estoy preocupado. Cómo no devolverte al menos en estas líneas apuradas tanto cuidado y amor que me has dado, y porque no decírtelo de una buena vez: tanta maternidad que he recibido de tu persona. Fuiste la única mujer a mi lado hasta que tuve la edad suficiente para partir. Siempre disponible, siempre alegrándome, aunque conocía yo de tus eternas y extensas noches de desvelo. La titilante lucelilla que atravesaba fugazmente por debajo de la puerta de tu alcoba parecía correr por el pasillo hacia mí y penetrar mi descanso, se introducía en mis sueños y mitigaba mis pesadillas. Eras muy valiente y lo sigues siendo, pues te diré que para enamorarte de un hombre así hay que serlo.
Bien bien pequeña Constance, me vas a permitir que hoy te escriba como ese hermano mayor que no fui y que nunca tuviste, pero que seguramente anhelaste. Una vez Oscar me dijo: “Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y en ese mundo que está dentro de nosotros mismos, es donde deberíamos intentar vivir”. No es acaso una reflexión maravillosa y a la vez, no produce una inquietud interna que da miedo. Intentar vivir dentro de nosotros mismos. Cómo me siguen impactando a pesar de los años esas palabras. Tanto que advertirás que la inclinación amistosa de mi escritura se ha ido rigidizando hasta hacerse torpe y vertical. Como si el solo recuerdo del Oscar de Oxford y su magnetismo inquietante me hubiese puesto en alerta. ¿Cierto que lo has notado?
Querida hermana, podría estar escribiendo por horas y talvez por días, te extraño tanto. Pero si esto hiciera, esta misiva no llegaría a tiempo. No te enamores de Oscar Wilde, Constance. Te parecerá cursi esta frase o quizás pienses que se asemeje al título de un libro, pero en realidad creo haber llegado a vislumbrar el fuego que Oscar atesoraba en su interior en aquellos tiempos de holgazanería estudiantil, amábamos los libros y el arte en general y absorbíamos todo lo que nos enseñaban, nos aventurábamos casi inconscientes a la experiencia de aquel libre albedrío. Disfrutábamos de la vida o eso creíamos. Podría decirse que éramos propiamente helénicos emancipados de las rigideces victorianas, nos sentíamos audaces. Y entre todos aquellos estudiantes, Oscar destacaba por su arrojo. Pero no puedo ni debo extenderme más querida. No por este medio tan limitado como es la palabra escrita. Quiero verte. Quiero que me visites. Quiero escuchar el sonido de tu cálida voz mientras observo el violeta de tus ojos. Ven, y hazlo pronto. Sabes bien que no me es posible trasladarme Constance. Si pudiera lo haría sin dudarlo. No permitas que el halo que suele rodear a Oscar anule y neutralice tu cordura, fleche tu candidez, cautive tu inexperiencia en el amor. Por favor Constance, antes de aceptar ese amor tenemos que vernos y conversar.
Te quiere afectuosamente, tu hermano Otho
NOTA: Constance Mary Lloyd, fue la esposa del escritor Oscar Wilde y la madre de sus dos hijos, Cyril y Vyvyan. En 1895, por su ignorancia en el tema, Constance se mostró confundida y consternada cuando Oscar fue juzgado y encarcelado por la acusación de "indecencia grave". Luego del encarcelamiento de Wilde, Constance cambió su apellido y el de sus hijos a "Holland", para manterse al margen del escándalo de Wilde. Nunca se divorciaron.
Carta ficción de Daniel Fuster, que intenta recrear una posible advertencia del hermano de Constance, por haberse enamorado de un hombre brillante pero polémico. La misma surge de la lectura de una novela estupenda de Susana Sisman, "No te enamores de Oscar Wilde", que por supuesto recomiendo.