Si bien no dice nada con palabras, Pedro lo
dice con su forma de mirarme cuando desayunamos. Es que hace dos días que el
ratón Pérez le ha fallado a Pedro.
Hoy es domingo y me he levantado más
temprano de lo que es habitual en mí. Lo preocupante es que ni siquiera tuve
que poner el despertador. Pérez me despertó, pero volví a quedarme dormida y
ahora sobresaltada y con la sensación de volver a fallarle a Pedro me levanto.
Escapo de la cama e intentando ser lo menos torpe que puedo, me acerco de
puntillas a su pieza.
Sorpresa: puerta cerrada, y veo una delgada
línea de luz decorando el piso frente a mis pies, colándose terminante entre el
diente de Pedro y el billete de Pérez. Pienso: Pedro debe estar preguntándose por
Pérez. Por momentos quedo detenida –petrificada-, descalza y
sintiendo el frío del mosaico sin saber qué hacer, aferrándome al billete de
diez pesos de Pérez, pero no vuelvo sobre mis pasos. Decido entrar, y lo hago
tal como estoy a la habitación de Pedro.
La luz del velador deforma y estira
las pequeñas siluetas de los soldaditos que Pedro tiene sobre la repisa. Miro a
la cama y Pedro parece dormir. Me acerco y percibo su respiración regular,
acompasada y apenas visible. Estará fingiendo, estará dormido.
A un lado del velador mi foto con Pedro,
del otro y sobre un pedacito de papel el diente.
Cuando estiro la mano escucho: “hola Pérez”. Hola, le digo. Y al siguiente momento, una tristeza
suave pero innegable llega.
Antes Papá Noel y los Reyes, ahora también
Pérez.