jueves, 11 de junio de 2015

CUANDO PONE LA MESA



Suspendido entre las esperanzas y los anhelos que han dejado de ser importantes para mí, es que escucho a Mariana entrar en el baño, usar el inodoro, luego la ducha, y finalmente el sonido del agua chapoteando en el lavabo. Ella abre la puerta, y comienzo a mirar hacia el pasillo por donde Mariana aparecerá. No puedo evitarlo, entiendo que tiene que ver con el amor, quizás con el temor a que dejaré de verla, poco importa la explicación, hay ciertos actos que hago por impulso. Mariana llega con el pelo húmedo, está más delgada. Hace un par de semanas que he tocado su cuerpo en la noche cuando ella dormía. Cuánto hace que no hacemos el amor. Cuánto hace que no la beso. Cuánto hace que evito que me bese. Me dice hola. Su cara trasunta vida. La mía, me pregunto, que es lo que le dice.
El dolor. Las punzadas llegan a mi espalda y perduran. Cuánto. Cuándo. La vida afuera, ajena a que me voy muriendo, continúa. Espero que termine de amanecer para levantarme. Postergo distraerme del dolor como si sentirlo fuera, una manera categórica de sentirme vivo. Mariana duerme a mi lado ignorante de los días que me quedan junto a ella. A veces cuando se molesta por cuestiones domésticas, me ve sonreír y entonces llega a enfurecerse, y en lugar de decir nada, prefiere callarse y se va. La ira silenciosa que Mariana demuestra, quizás pretenda que yo recapacite, que de alguna forma vaya en su búsqueda y le pida disculpas por no haberla tomado en serio. Sin embargo, no hago nada de eso y ella, se siente abandonada. Porqué hago esto. Todo me parece vano, fútil, temporal. A un paso de mi muerte, ya no hay miedo.
En el lado nuevo de la casa que hemos construido no hace mucho, ella busca refugio. Por horas dejo de verla.  Sé que en esos momentos anda trajinando entre las plantas, que hunde en la tierra negra los guantes de látex color naranja que ha comprado para hacer jardinería, sé que está buscando descargar, quizás también deseando que, todo lo que ella siente y que yo no siento sobre aquellas cuestiones domésticas, queden en la tierra fértil para, de alguna forma perdonarme, y cuando me doy cuenta, que ella vuelve, que su cara refleja aquel hundimiento y comienza en la cocina el entrechocar de las cacerolas y el agua comienza a correr en la pileta, entonces sonrío sin levantar la vista del diario que estoy leyendo y, mi pie izquierdo comienza su rítmico zapateo, algo que hago sin proponérmelo, como un tic, un gesto que ella no oye pero ve cuando voltea a abrir la heladera. Esa mirada suya, ese cacharreo por la cocina, ese pie que sube y que baja, son parte de nuestro estar juntos y a gusto, y aquella cuestión doméstica, como la tierra negra, han quedado en otro lugar de la casa, al fondo, fuera de la cocina donde ahora otra vez estamos enamorándonos, sin saber ella, sabiendo yo, que me estoy muriendo.
Mariana pone la mesa, no lo mira. Destapa una olla, abre el horno, saca una asadera, pero no lo mira. Deja el repasador en la mesada y va al baño. El espejo le devuelve una mirada que brilla con el silencio del miedo. Prefiere discutir con él. Prefiere que la tensión que le produce no hacer el amor se sienta. Prefiere que le sonría satisfecho de que ella se preocupe por nimiedades. Mariana deja que los días pasen así, distraído por las cuestiones domésticas, condescendiente con la cara de enojo que ella suele poner, prefiere que crea que las manos en la tierra le quitarán las preocupaciones mínimas, de eso se trata después de todo piensa Mariana, de llegar con las preocupaciones mínimas y cotidianas, de no darse cuenta, de seguir haciendo ruido en la cocina cuando pone la mesa.