El hombre se revolvía en la cama desde hacía un rato, sin
embargo cuando la mujer encendió la luz del velador vio que dormía. No era un
ronquido lo que emanaba de la boca del hombre, eran vibraciones de sus deseos. El
hombre soñaba.
La mujer bebió del vaso de agua que estaba al lado del
velador, luego apagó la luz y volvió a taparse, se ovilló junto al hombre,
cerró los ojos y enseguida entró en el sueño que el hombre soñaba. Ahora la
mujer se movía en la cama como también lo hacía el hombre, compartía el sueño
del hombre. El cuerpo del hombre estaba caliente cuando la mujer entró en su
sueño, y se mantuvo así mientras ella seguía a su lado durmiendo y soñando el
sueño del hombre.
El hombre soñaba una montaña, pisaba rocas, resbalaba. Un
perro ladró y cuando el hombre lo escuchó ladrar, no supo si era su perro o un
perro del sueño que soñaba. La mujer en cambio no tuvo dudas. Era el perro del
hombre que por las noches soñaba ladrones en el patio de la casa. Los minutos pasaban rápidos en la habitación y los segundos
pasaban lentos en el sueño del hombre.
El hombre sabía que la mujer andaba por los rincones de su
sueño, y un resabio de algo que no lograba mensurar lo intrigaba. La mujer que estaba
pegada al hombre en la cama fuera del sueño, esperaba que el hombre la encontrara
dentro del sueño, sin embargo el cuerpo caliente del hombre era frío en el
sueño. De pronto el hombre tiritó en el sueño y tembló con espasmos en la cama
haciendo salir a la mujer de su sueño.
La mujer sentada en la cama al lado del hombre que soñaba sintió tristeza.
El aire de la habitación era frío y miró el despertador. Todavía faltaba una
hora para levantarse. Intentó soñar pero no podía ingresar al sueño que el
hombre soñaba. Era como si el sueño, o el hombre, o tal vez ambos se hubiesen
marchado de la habitación.
Afuera el perro volvió a ladrar ladrones.