sábado, 3 de septiembre de 2011

PRIMERA CLASE

Gabriel se acercó a las cajas rectangulares que había al lado del atril, abrió una y luego la otra, yo lo veía como indeciso y comenzó por decirme que no tenía en esos momentos un instrumento adecuado. En realidad lo que quería transmitirme es que no disponía en ese momento de un instrumento inadecuado o estándar para un aprendiz. No me molestó, porque además de ser más que cierta mi condición, la forma cuidadosa que encontró para expresarlo fue natural, “el luthier” soltó con cierta ironía, es que hace tiempo le dejé un instrumento que tenía que entregármelo la semana pasada continuó. Luego vinieron sus devaneos con la experiencia propia de las idas y vueltas con los luthieres, no me interesó, me distraje hasta que dijo: “Un luthier es como una hermosa mujer, por momentos la querés matar pero cuando la ves le perdonás todo“. Presté atención, “con el luthier te ocurre algo parecido, cuando te devuelve el instrumento reacondicionado, le perdonás todos los sinsabores de la espera, y de lo que te cobra, que nunca coincide con lo que te dijo al principio, pero estás contento”.

Me gustó la comparación, fue un instante en el que estuve en dos lugares diferentes, mi cuerpo seguía allí sentado en actitud de escucha, pero mi mente había desaparecido por unos momentos entre recuerdos. Una mujer desnuda en una silla que da la espalda, una mujer desnuda en un encuentro que no te da la espalda, la iluminación de una penumbra, la claridad y las sombras, apreciar el momento previo a tocarla, no le ves los ojos aunque la mirás a los ojos, no le ves el color del cabello aunque le ves la luz del cabello, no le ves los labios aunque sentís que se entreabren mostrando el deseo de ser besados. De ser.