Es inevitable volver a los hechos pasados, a pensar,
a recordar, a buscar motivos, y a no encontrar respuestas.
Es inevitable sentir culpa, y después de
sentirla, de decir hice todo lo posible, después de intentar convencerte, no
poder lograrlo.
Con mi hermana charlamos cada vez más,
también eso es inevitable. Antes nos veíamos una vez al mes, en ocasiones
menos, ahora nos vemos cada dos días. Las charlas se desarrollan sin riesgos
buscando la temática de siempre, que hiciste, como estás, que hay de almorzar o
que comiste según sea la hora de la charla. Las otras internas pasan delante de
nosotros y me miran, algunas que ya me conocen me saludan, también me saludan
las enfermeras y los administrativos de la planta baja.
Es inevitable sentir culpa cuando mi hermana
me dice Dani no aguanto más, acá de a poco me estoy muriendo, y entonces pienso
en uno de aquellos días en los que me gritaba su locura y los ojos se le
volvían negros como los de las películas de terror y me escupía “estoy loca”.
Es inevitable sentir culpa cuando me iba de Bahía Blanca, y les decía vuelvo en dos semanas.
La vida a pesar de todo sigue, algunas veces
me molestan las risas de la gente, otras veces esas risas son la cuerda para
salir de esta culpa.
Ya no me sirven las palabras amables, los
gestos de apoyo, y que quizá después de mucho andar la obra social pague lo que
no quiere pagar, no me sirve que me digan que hice mucho más de lo que
cualquiera podría haber hecho viajando durante año y medio a Bahía Blanca cada
dos semanas, acompañando a Ana María, tolerando los estados de ánimo de mi
hermana, viendo a una ir muriéndose poco a poco, y viendo a la otra triste a
veces, eufórica otras.
Nada me sirve, la culpa sigue ahí incluso
cuando entro con ella a terapia para abandonarla, incluso cuando salgo de la
sesión pensando que ya no la siento. La culpa está, es mía, es de ella, es de
nuestros padres, ¿seremos la culpa de nuestros hijos?
Es inevitable sentir culpa. Así me siento,
culpable, luchando contra ese sentimiento y esperando el llamado del Doctor que me diga que ella está mejor y que después de dos meses va a poder salir unas horas.
Así me siento, aguardando que la culpa me
abandone. Convencerme que hice lo que pude y no deseando estar pasando por lo
que estoy pasando. Culpable de que mi hermana esté cuidada pero
encerrada, y yo, libre pero también de alguna forma encerrado. Y escuchándola
ayer y quizá hoy diciéndome: “Vivo porque vivo. Mi vida no tiene sentido”.