domingo, 28 de julio de 2013

PODA

a Dorothy Parker. Nueva Jersey, 1893-1967 


Ato al perro que comienza a ladrar cuando ve aparecer a Jorge y al ayudante en el patio. ¿Le dijo su señora como quiere cortar el árbol?, pregunta Jorge. Quiero leer el diario, pero los ladridos y la motosierra que se acelera no me dejan. Me dijo, le respondo a Jorge, y mientras hablo miro al fresno, y veo al cielo que está gris y para llover. Mi mujer llama, quería saber si Jorge vino como estaba acordado. Mi hija duerme a pesar de los ruidos de la poda. Jorge no me asegura que este verano podamos tener buena sombra en el patio. No creo que la primavera haga milagros es lo que dice. Entro a la casa, que hagan el trabajo sin ser observados. Reinicio la lectura del diario pero mi mujer vuelve a llamar preguntando como anda todo, “Como anda la cosa”, es lo que dice. Le digo que han comenzado a podar el árbol. ¿Dónde estás? Me imagino que estás sentado a la mesa de la cocina leyendo el diario. Salgo al patio, pero para hacerlo debo rodear toda la casa. Las ramas que van cayendo y que el ayudante troza con un serrucho, han cubierto la puerta de salida. El perro ladra, y el teléfono vuelve a escucharse cuando arranca la motosierra, y aunque sea una obviedad le digo que están podando el árbol, me dice que no va a llegar para el almuerzo. Despierto a mi hija. No dormía. La habitación cerrada, la persiana baja, y la falta de movimiento me hicieron pensar lo contrario. Afuera hay silencio, ni motosierra, ni ladridos del perro. La poda que organizó mi mujer, “para proteger la casa“, eso fue lo que dijo, está dejando al árbol ridículo. ¿Qué están haciendo papá que escucho ruidos? Están podando el fresno, le contesto a mi hija. Me parece bien, con una tormenta puede caerse sobre la casa -concluye. Las ramas que caen sacuden el techo. Llamo a mi mujer, ¿Qué querés? Digo que me parece que se ha roto algo en el techo. Por unos momentos parece que la comunicación se ha cortado, pero no, mi mujer está ahí en la línea. Salgo y alrededor del tronco principal hay montones de ramas. Sobre el techo está Jorge trepado al tronco principal, con una mano se agarra del árbol y de la otra le cuelga la motosierra. Abajo el ayudante mira en su dirección. “Dice mi mujer si se rompió el techo, que si ha pasado algo”. Queda poco por cortar y aún deben sacarlo a la calle. Entro a la cocina y llamo, “Jorge dice que no se rompió nada”. A mi mujer no le gusta que el perro entre a su cocina. Salgo y el perro sale conmigo. Parado en el medio del patio el ayudante de Jorge me habla. No entiendo y grito para que me oiga: “¿Falta mucho?” Mientras hablo el perro sin siquiera gruñirle lo muerde en una pierna. Aún estoy viendo al estúpido perro mordiéndolo. El ayudante no grita, no se queja, y cuando miro su pantalón lo veo húmedo donde el perro parece haber mordido. Se levanta la botamanga. Le cuesta hacerlo, el pantalón no es lo suficientemente holgado y además, el ayudante tiene buenos músculos en las piernas. Me llama la atención la piel blanca y lampiña que parece de mujer, mientras una aureola violácea, donde los dientes apretaron, se va formando. La piel está desgarrada, pero no hay sangre. El árbol queda podado y Jorge dice que algunas tejas se han roto, que otro día las cambia. Sacan las ramas a la calle y pago lo acordado, luego llamo a mi mujer. El perro mordió al ayudante de Jorge, digo. Vinieron de un servicio de emergencias. Hay que llevar el perro a observación, tiene que quedar en cuarentena. La poda fue un éxito, terminé diciendo. Corto. Ato al perro.