imagen: extracto mural soldados en acampe Plaza de Mayo, abril 2013
El mes de
abril es uno de mis meses preferidos, posee una luz especial, el mundo
vegetal se muestra diferente y parece haberse detenido. Llueve mientras
escribo estas líneas, y la lluvia me gusta. En abril las personas ya no andan tan
apuradas por la calle, y es un período
de sensaciones multiplicadas por las pausas.
Era incómodo viajar en Unimog, y la incomodidad no tenía que
ver con el viento o las lluvias que esporádicas se colaban dentro del camión,
cuando aquellos eventos naturales aparecían, tampoco era la incomodidad de viajar hacinados. La molestia
que yo sentía mientras los demás dormitaban, tenía que ver con el
cambio tan brusco que había operado en nuestras vidas. No era el viento, no la lluvia ni el frío, tampoco el torpe andar del
camión, la incomodidad tenía su
origen, en el destino común que nos
aguardaba. La incertidumbre. Esto pensaba y no podía dejar de pensar, cuando por el agotamiento
del viaje quedé dormido.
Me desperté de madrugada con un dolor extraño a la
altura del riñón izquierdo. Era el cañón de un fusil de un compañero, que se había quedado trabado
contra mi cuerpo.
Fue mi primer miedo real, el primero de los que seguirían
viniendo, sorpresivo y metálico, con el cargador puesto, con la falta de saber usar
las armas, con el descuido y la temeridad que nos daba la juventud, porque
luego de removerme un poco, volví a
dormirme sin más. No mensurar los riesgos se parecía mucho a lo que nos iba a
ocurrir de ahora en adelante como soldado, como ciudadanos, y como País.