miércoles, 30 de noviembre de 2016

TRÁNSITO

Salimos del túnel de la cochería donde fue el sepelio y el tránsito de la calle Estomba nos recibe impiadoso, ofensivo. La comitiva es de apenas tres coches. Mamá va adelante, mi hermana y yo en el que sigue y mi familia en el último. El semáforo de la esquina nos detiene. No quiero mirar a mi hermana, sin embargo la miro y veo su cabeza algo inclinada hacia la izquierda y hacia adelante, no está llorando aunque percibo que cualquier palabra, un monosílabo, otro semáforo que nos detenga puede romper ese efímero equilibrio de agua por salir. Es viernes y la ciudad tiene el tránsito y los ruidos propios de un día laborable que molesta y sin embargo de alguna forma agradezco porque me sostiene. Mientras mi hermana ahora llora, ella sí puede.

Avanzamos lentamente, algunos coches nos demoran, otros, cuando advierten el pequeño cortejo se hacen a un lado y avanzamos un poco a los saltos por el estado de la calle, y otro poco zigzagueando para evitar los pozos. Me doy la vuelta para ver el coche de mi familia pero no está, pienso que el semáforo anterior los debe haber capturado. Pasan unos momentos y advierto al volver a mirar hacia atrás con la esperanza de verlos que una fila de varios coches, seis o siete está detrás de nosotros. Me alegro estúpidamente, pensando que la gente, los conocidos de mamá, estaban afuera esperando que saliéramos para acompañarnos. En algún momento cuando falta poco para llegar, suena el celular, mi hija me pregunta donde estamos. Intento pero no logro hacerme entender, ella no conoce la ciudad, y yo me he olvidado de los nombres de las calles. El semáforo libera la larga fila de autos y subimos a un empedrado que nos llevará directo al cementerio donde vamos a bajar el cajón, a dejar a mamá, a enterrar a mamá.