Uno no logra luego de tantas emociones volver a la vida cotidiana sin algo de esfuerzo. Mientras escribo, es 7 de diciembre, y han pasado ya cinco días de la presentación de las CRÓNICAS en la Biblioteca Nacional, sin embargo aún estoy flotando en una bruma de palabras, de luces y de sonidos que surgen de la flauta de Tomás, que me devuelven una y otra vez al martes pasado, a tanto afecto, a las palabras conmovidas de Laura Massolo y a las reflexiones increíbles y plenas de sensibilidad literaria de Silvia Hopenhayn.
Me levanté temprano como todos los días, con la férrea voluntad de releer el libro de las CRÓNICAS porque, imaginé con algún pánico a muchas personas hojeándolo y leyéndolo. Es que no hay otra forma de sufrir dulcemente esta fiesta que significa escribir y publicar, es el pánico “saludable” de que te “miren“ la intimidad. Yo también soy esto querés decir, o querés gritar. Entonces ocurre que, cuando retomo la lectura propia y ya editada!, me doy cuenta de la imposibilidad de corregirla porque el libro está en tus manos, advierto además que no puedo hablar en “defensa propia”, como ocurre cuando un texto es todavía un borrador y se comparte entre compañeros y tan grave no es (aunque muchas veces sí lo es), porque ya el lector está en algún lugar alejado de vos, a pocos km o a muchos km como es el caso de mi vieja en Bahía Blanca, que puede en cualquier momento levantar el teléfono y preguntarme: “¿Dani, esto que dice el capítulo tal o cual, te pasó en serio?… y qué bueno que esto sea así, pero qué terrible que también lo sea.
La inquietud vuelve renovada, cuando te das cuenta que el lector tiene tu email en la solapa del libro o te conoce, o tiene tu celular porque es tu amigo, o quiere hablar con vos y te llama y cuando lo hace comienza a decirte que leyó tu libro y vos -él no te ve- comenzaste a ovillarte sobre tu propio cuerpo, en el lugar donde estás aguardando el “golpe” de las palabras que te va a decir y que en general son buenas y te elogian, pero también te intimidan.
Te podés cruzar al lector en el trabajo cualquier día, que te pregunta porqué escribiste apreta si se escribe aprieta o viceversa, o tenés programado alguna actividad compartida con alguien que sabe que publicaste, y que vos sabés que el compró el libro pero no si lo ha comenzado a leer, porque no te dice nada y entonces, pensás que te puede decir algo y te ponés alerta, y como él no dice nada también pensás, porque tu cabeza se parece a una locomotora que perdió los frenos, pensás que por ahí no dice nada porque no le gusta lo que escribiste (parte de la botella vacía), o podés pensar que no te dice nada porque está tan contento y emocionado por lo que escribiste que no sabe como expresarlo (parte de la botella llena).
Y así transcurren tus horas y tus días, leyendo, pensando, escribiendo, sonriendo, llorando, trabajando, viajando en tren, en colectivo, en coche, inquieto y feliz, porque pusiste tu cara, y también pusiste tu cuerpo, pero por sobre todo, estás de pie.
Porque en definitiva pusiste la otra mejilla y eso sí que importa.