domingo, 26 de abril de 2015

REPARAR A LOS VIVOS

Maylis de Kerangal
Novela, Anagrama

En el comienzo de la novela de Maylis de Kerangal, Simon Limbres regresa con sus amigos de practicar surf, la pasión que siente por este deporte lo ha llevado a convertirse en un buscador, es un “cazador” de olas que aguarda el momento en el que las condiciones meteorológicas hagan surgir a la presa de las entrañas del océano. Puede ser en Australia, en Nueva Zelanda, o en cualquier otra costa, puede ser incluso cuando duerme, Simon está siempre al acecho.
El vehículo en el que viaja con sus amigos sufre un accidente, y entonces, muere el cerebro de Simon, pero su  corazón sigue latiendo. Tiene 19 años.

A Thomas Rémige le gusta cantar y siente debilidad por el canto de los jilgueros. Cuando recibe la llamada, lo que escucha del director del hospital al otro lado de la línea, hace que su reloj interno comience a funcionar. Instantes después, con casco, botas y la cazadora cerrada, Thomas sube a la moto y arranca en dirección al hospital. Sabe que cada minuto cuenta, que a partir de esa llamada que acaba de recibir puede ser posible REPARAR A LOS VIVOS, de él depende.

La novela cuenta la historia del accidente de Simon volviendo de surfear, es también el dolor de sus padres por la muerte del hijo y sus dudas por la donación de los órganos, y es también otras muchas historias. Thomas sabe que para REPARAR A LOS VIVOS hace falta con qué. El tiempo apremia, busca con preguntas hacer reflexionar a los padres del chico inmersos en el dolor, necesita convencerlos, proyecta los silencios cuando son necesarios, y espera. Thomas, de alguna manera acecha la respuesta que permita obtener el consentimiento para que el corazón de Simon pueda seguir viviendo en otra persona. Y aunque suene duro, Thomas también a su manera es un buscador, Thomas se convierte a partir de aquella llamada telefónica en un “cazador” de órganos para REPARAR A LOS VIVOS.

Redactada con un ritmo muy particular que va in crescendo, la novela no se detiene, no puede detenerse, y no hay tiempo para ello. En las veinticuatro horas en las que transcurren los hechos, la intensidad de las situaciones que se narran, los diálogos y los silencios, laten, y seguirán latiendo aún después de la última página.