domingo, 28 de noviembre de 2010

¿QUE MUNDO ME ESTAS PREPARANDO?

Querido soldado: Tú que naciste como Güemes, para defender una causa justa debes sentir el orgullo de aquellos que desde sus tumbas bendicen junto a Dios tus actos. Una abuela que reza por ustedes. Graciela Norma Cabrera Rosario, 2 de Abril de 1982. Tendría unos veinte años y recuerdo que mi pelo era espeso y de oscuro azabache, que no hacía demasiado había dejado de fumar a hurtadillas pero seguía durmiendo en el sofá del living, mi pieza. Recuerdo que hacía calor esa noche cuando llamaron a la puerta, que estaba durmiendo y también recuerdo con la naturalidad que atendí el llamado a pesar de ser medianoche, casi como si estuviera aguardando a ese sobre, o a ese suboficial que me entregaba ese sobre, y que alguien de la familia apareció y preguntó quién era, y después de eso, después de aquellos momentos, casi ya no recuerdo. Sí del vertiginoso viaje hacia el sur dejándome llevar, dejándome hacer. Abandonándome al destino, a las decisiones de los otros, que me resigné a una interminable y arenosa sensación inmanejable, de uniformes y de gritos, de rostros asustados y de botines lustrados. Aún no habíamos partido y permanecíamos en el cuartel del batallón de Intendencia 181 siendo todavía, aunque más no fuera, solo un poquito, aún civiles. Que comenzamos a dejar de serlo cuando nos repartieron las bolsitas transparentes en las que fuimos depositando nuestras pertenencias, dejando y acaso olvidando nuestra identidad. Y que sentí como que en ese preciso momento alguien usurpaba mis deseos, que hasta para penar debería de hacerlo pidiendo permiso, recuerdo que volvieron paulatinamente, y en forma abrumadora ciertos latiguillos: “¡Atención!, ¡Firmes!, ¡Cuerpo a tierra, carrera march!... “ Sí, dejé de luchar, nos estábamos introduciendo en un terreno fangoso y desconocido, donde el anonimato de con quién estábamos, de quién nos mandaba y dirigía, y hacia dónde y con quién lucharíamos eran eso: anónimos. Y nosotros, comenzamos a partir de ese momento a formar parte y objeto de una enorme manía anónima que la sociedad vitoreaba y ensalzaba a nuestro paso mientras los vehículos de todo tipo nos trasladaban de manera continua e inevitable hacia el Sur. Perdimos el apellido para ser denominados Soldados, perdimos el nombre de pila de un saludo afectuoso, perdimos muchas cosas, pero la más importante fue que perdimos la alegría de una adolescencia que aún no habíamos dejado y de una juventud que tampoco nunca llegamos a comenzar. Abril, año 1982. ¿Qué mundo me estás preparando?

sábado, 6 de noviembre de 2010

CHATERS

Anoche decidí sentarme a conversar con mis hijas porque ya estoy agotado de decirles a estas teen: “¡Basta de computadora!”, y vos ves y no podés creer que en lugar de hacer un mínimo gesto de que comprendieron tu pedido, tu orden, tu casi un ruego, ves anonadado que siguen en lo suyo mientras sus deditos vuelan sobre el teclado.
b]L[/b] [b]S[/b] dice:
le contesto asi no mas
JAJAJAJAJAJAJA
Ana dice:
JAJAJAJAJAJ NI CORTADA
JAJAJAJAJJAAJA
O HABLALE
Juliieta. abandonó la conversación.
Ana dice:
PORQE POR AHI TIENE AMIGOS LINDOS PARA TUS AMIGAS
Carolina. dice:
JAJAJAJAAJJ
Ana dice:
PENSA EN ESO
ajjajaaj
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
JAJAJAJAJAJA
Ana dice:
NOIMPORTA
ES UNA ORDEN!
JAJAJAJAJAJAA

Claro que no importa JAJAJAJAJAJ, qué carajo te van a escuchar, si están chateando y aparte tienen puestos los audífonos, le sonríen una y otra vez a la pantalla o sueltan grititos que persiguen a los ruidos que le entran por las orejas y que se les instalan en ese mundo virtual de “felicidad“. ¡Basta de chat! Los truenos y los relámpagos nos dieron la oportunidad de ese espacio y momento que casi nunca hay. Adoro las tormentas con refucilos porque el temor a que los aparatos electrónicos sufran una descarga nos hizo apagar y desconectar la computadora, los televisores y el equipo de música, ergo, a los diez minutos parecíamos una familia.
Carolina. dice:
chicas dios mio
Ana dice:
JAJAJAJ
Carolina. dice:
si trae beneficios a cerrar los ojooooooooooooooooooooooooos
Anadice:
EH ?
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
HIJA DE PUTA
Agustina dice:
JAJAJAJJAJAJA
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
TE VOY A PASAR UNA FOTO
Ana dice:
JAJAJAJJJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAA
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
DE ESTE PIBE

Había como si fuera un rumor flotando en el aire, me di cuenta de ello al escuchar la ausencia del ventilador interno de la cpu o los chasquidos de los programas de tv, ¿dónde estoy? , tuve que consultarme porque era todo tan extraño, y cuando comencé a recorrer la casa, escuché las risas y cierta jarana en una de las habitaciones, golpeé la puerta, y al entrar en ese ambiente me encontré como hacía tiempo no ocurría a M y a G una en el piso y la otra sobre la rana-peluche, divertidas y conversando, así fue que me ubiqué en el piso junto a M y me dispuse a escuchar de qué hablaban. Ellas parecieron dudar, claro, estaban en alguna de esas intimidades en las que los padres no deberíamos inmiscuirnos, no obstante me integraron a la conversación, y sí, confirmé que la casa estaba extrañamente agradable sin la tecnología en el medio de nosotros. Me sentí cómodo y aceptado. ¿Y si no tuvieran computadora, qué harían?, y miraríamos tele, ¿y si tampoco hubiera televisión?, y que se yo dijo G, y M abrió mucho los ojos. Estábamos bien. Hacíamos planes imaginándonos otro contexto como el que nos convocaba obligadamente por la tormenta, mientras afuera se caía el cielo sobre la ciudad. Sí, estábamos muy bien. ¿Qué tiene de bueno el chat?, pregunté y enseguida G opinó: es lo más para tirar “palos”, síiiiii asintió con entusiasmo M, y qué son “palos” yo seguía indagando, y… sería decir las cosas que querés decir para que el otro se de cuenta, ahhh claro… no entiendo. Ellas se afanaban en explicarme pero solo gesticulaban y se sonreían cómplices y yo no entendía del todo. Era claro lo que significaba para ellas, pero yo no podía dilucidar la sencillez de la cuestión que se les hacía por demás obvia, y en lugar de explicarme se reían una vez más de mí y de mis preguntas y acotaciones. Dame un ejemplo de un “palo”, atiné a decir y de nuevo tanto M como G se rieron y sostuvieron que era lo más, y yo las miraba queriendo encontrar y comprender y nada. Es que tiene que surgir dentro del chat, así en frío charlando con vos es difícil, a ver chateemos propuse, hagamos como que chateamos, tirame un “palo”, también se tira “onda” dijo M, para eso también está bueno, “palos” y “ondas”, por ejemplo dije: “me gustás”, - risas- nooo pará que eso es directo, además ¡qué antiguo!, tiene que ser que se entienda, pero no tan de frente, ahhh dije, “¿cuántos años tenés?”, nooo, seguían las negativas y las risas.
Agustina dice:
a nosotras nos los dio sin nada
ono lu?!
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
AJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ
Agustina dice:
JAJAJAJAJAJAJAJA
Ana dice:
PASAAAA
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Agustina dice:
no gratis pero buen
un dos por uno
Carolina. dice:
pero porque son amigas mias
Agustina dice:
todo vale
JAJAJAJAJAJJAAJAJA
Ana dice:
JAJAJAJA ESAA CARRO
YO VOY HACER UN ESFUERZO CON ESTE PIBE

Ellas hablaban y hablaban sin pausa, se reían de ellas, de sus cibercharlas, de mis apreciaciones de dinosaurio, y mientras todo esto ocurría, yo comenzaba a comprender algunos códigos, me daba cuenta por ejemplo que en el chat podés decirle a otro cosas que no te animás a decírselas de frente, que demanda de una atención intensa, y hasta pensé que la energía que ponían en chatear era equivalente al que uno le dedica a la lectura de un libro. ¿Porqué “está bueno chatear”, no es posible expresarlo con palabras?
La salida del chat puede ser “cordial” que para el chater es lo mismo que aburrido y con una carita-sonrisa sin palabras le decís “chau”. El final de la charla puede ser también “abrupta”, cerrar el messenger sin despedirse como si de un portazo se tratara no ofende a los ciberamigos, pero sí a los que no tenés dentro de tu cibermundillo. La “salida” del chat puede significarles una pérdida, eso sentía mientras ellas se mofaban cariñosamente de mis comentarios.

Sí, hay códigos de sociabilidad que se respetan y se aprenden, como el de “avisar” con un nueve a los chaters que hay padres rondando muy cerca con intenciones de espiar al chater-hijo, que los nicks te permiten una nueva identidad y que esa nueva identidad te hace audaz en el chateo, que el chat sirve para conocer y para bardear, pocos y pocas tienen en el chat su apellido, pocos y pocas tienen interés en conversar en un chat de algo específico, la idea no escrita, la idea no dicha, la idea es la velocidad para no pensar, es divertirse y “pasarla bien” y yo las seguía mirando y realmente tuve que replantearme la situación: ¿Basta de Chat?, porque ellas se seguían riendo y movilizaban sus neuronas a una velocidad que seguramente lubricaba la circulación del flujo sanguíneo por todo su cuerpo arrebolándoles las ideas hasta la sonrisa.
b]L[/b] [b]S[/b] dice:
JAJAJA que haceeeees.
No imposible, ayer practicamente no sali de mi casa.
Ana dice:
JAJAJAJAJJAJAJJJAJJA
[b]L[/b] [b]S[/b] dice:
mi contestacion
JAJAJAJAJAA
Ana dice:
JAJAJJAJAAJJAJAJJA
AJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJ
Agustina dice:
jajajajajj
Carolina. dice:
´jajajajaajjaajajaj


Definición: El chat es un término que proviene del inglés y que en español equivale a charla, también se lo conoce como cibercharla, y designa una comunicación escrita realizada de manera instantánea entre dos o más personas.

Carolina. dice:
che
con todo respeto
les pueido decir algo?
escuchennnnnnnnnnnnnnnnnnmeeeeeeeeeeeeeeeee

DANIEL dice:
Si mencantan los refucilos
me acen muy bieeeeeeeennn


TODOS dice:
escuchennnnnnnnnnnnnnnnnnmeeeeeeeeeeeeeeeee

domingo, 24 de octubre de 2010

BUENOS AIRES

Aunque huelas y me apreses
en tus trenes tambaleantes
aunque hiedes y eres húmedo
y el cemento te domina
aunque la gente abrumada
muestre los dientes te muerda
aunque los coches sus gases
contaminen nuestras charlas
aunque seas buenosaires
y no estés ahora aquí
y apenas haga unas horas
miraba el cielo y los pinos
aunque Rivadavia bulla
y el asfalto iridiscente
yo te quiero buenosaires
porque tienes un Oeste
que ostenta un muro rojo
que en estos momentos veo
detenido en el andén
qué de recuerdos me alcanzan
no son de playas ni barcos
no de Neruda poeta
pero tienen ese encanto
que anda tendido en poesía
que anda asolando mis días
que anda inundando de agua
la mirada que destino
al caminar por tus calles
atrevido y aún sin tino
desprendido sin más cintos
sin la costumbre del peine
del mocasín o zapatos
resistiendo anhelando
el salado de tu boca
aquella luego de aquel
sumergirnos emergiendo
de tantos momentos idos
de tantos haber soñado
de tantos haber llorado
de tantos haber amado
y además de haber reído

sábado, 18 de septiembre de 2010

AQUELLA SEMANA

AQUELLA SEMANA, los pronósticos habían anunciado que llovería el sábado y el domingo, pero no fue así, en cambio el viento del sur apareció surcando la ciudad y la recorrió durante las horas del día y de la noche, lo hizo el sábado y también en parte el domingo, el viento molestaba más que alejaba las nubes, y ya de pronto arreciaba como también se detenía, y esto nos producía indecisión, pues no sabíamos si salir abrigados o hacerlo livianos de ropa.
Ocurría así: Abríamos un poco la puerta que da al patio y asomábamos con timidez la cabeza y algo del cuerpo, el viento nos hacía tiritar y entonces concluíamos mirando hacia el cielo: “Hace frío y va a llover”, y nos preparábamos para salir con abrigos e impermeables y además el paraguas por si acaso. Las botas reemplazaban a los zapatos y a las zapatillas, y así pertrechados ganábamos la vereda, más al cabo de unos cuantos metros o a lo sumo al haber caminado un par de cuadras, el viento de pronto desaparecía, las nubes se abrían y el sol asomaba ante nuestras miradas atónitas que alzábamos al firmamento como exigiendo explicaciones. Así fue buena parte del fin de semana aquel, pues por la tarde del domingo el tipo de nubes que cubrieron el cielo pasaron de las blancas algodonosas a ésas densas, grises y algo turbias de agua por llover, y esa noche hasta nuestro descanso fue interminente y grueso como preludiando aquella semana. Eso pensé o eso soñé, y además que tenía la certeza de que el escampar de aquello que se había formado iba a ser difícil de olvidar, pues el dolor que había surgido en mi rodilla izquierda era un claro indicio de mal agüero.

Y empezó a llover.

De lo que me acuerdo claramente es que una vez que comenzó a llover, lo hizo sin interrupción. Cada día a partir del lunes y hasta el fin de semana siguiente llovió. El agua usó todas las horas y cada uno de sus minutos aprovechándolos de manera copiosa e insistente. Solo por las noches y cuando lográbamos dormirnos no controlábamos que estuviera lloviendo, porque durante el día íbamos y veníamos por las ventanas de la casa cual reclusos que recorrían los límites de sus celdas, y entonces constatábamos que llovía vertical, o que llovía inclinado, o que a veces parecía que no llovía porque las gotitas eran muy pequeñas y livianas y se quedaban flotando como bruma en el aire cuando el viento amainaba. Durante la mañana llovía con la fuerza de gotas grandes y frías, y por la tarde el tipo de lluvia permitía retozar o leer en algún sillón envueltos en mantas y aguardábamos que se hiciera la hora de la leche, deseando que desde la cocina surgiera alguna señal a torta cociéndose en el horno. Por las noches llovía con relámpagos y truenos como no podía ser de otra manera.

Nosotros veíamos que el agua acumulada había ido cubriendo el pasto y las plantas menos altas del patio trasero. Los primeros días se encharcaba acá y allá sin ninguna estrategia, pero las horas le fueron dando la confianza y entidad que necesitaba para ir eludiendo todas las defensas que los vegetales y la tierra habían erigido y al cabo de cuatro días desaparecieron bajo su superficie todos los vestigios de vida que surgían de la tierra con excepción del fresno y del ciruelo, que por su tamaño sobresalían dignos pero maltrechos por encima de los tejados del fondo. Para los diarios la ciudad se hallaba indecisa y sin saber que actitud tomar y algunos comenzaron a hablar del Purgatorio. Yo diría que atravesamos una experiencia casi mística, el agua estaba por doquier y se había transformado en omniprescente y ya no nos sorprendíamos si cuando nos íbamos a acostar nos parecía que en lugar de dormir entre sábanas, ondulantes olas nos aceptaban como peces de mar.

Las mascotas de la casa (cuatro perros, un gato y tres conejos) que desde la noche del lunes habitaban con nosotros (solo por esta noche y porque llueve tanto les habíamos dicho a los chicos), al cabo de dos días andaban raros y no le caían en gracia nuestros hábitos. El zoológico doméstico diseminaba pelos, heces y babeaba los pisos observándonos ir y venir por la casa con esos ojos de “qué hago aquí”, que nosotros no llegábamos a comprender, pero que el abuelo sí entendió, aunque lo que a mí me parece es que estaba harto de pisarle la cola a los perros o no poder recostarse en su sillón preferido donde el gato se arrellanaba, que abrió la puerta del patio como para exhalar su frustración y fue entonces cuando la curiosa jauría se atropelló y lo atropelló llevándose consigo su gorra y su bastón además del abuelo que se puso a hacer piruetas por los aires y si Diego no pega aquel salto olímpico para recogerlo cuando caía, creo que en estos momentos hablaríamos del recuerdo del abuelo.

Todo se nos había trastocado y vagábamos reinventándonos presentes y pasados porque el futuro no amainaba y al contrario de lo que se suponía, el cielo abría islas tan luminosas como efímeras que corríamos a disfrutar con la necesidad propia de náufragos y olvidados de dios. El agua recorría cada rincón de la casa, y te mojaba la ropa que usabas y la que yacía en cajones y roperos y además se descolgaba en hilitos que descendían divertidos de los aleros y también de los sueños. La gente del barrio no lograba sintonizar ninguna frecuencia de radio y la única melodía que se escuchaba era la percusión acuosa de aquellas marismas noéticas. Los chicos que no podían aventurarse por los patios, y tampoco ir a los colegios –lo cual evidentemente no era una preocupación- iban conociendo la nostalgia que se desprendía de los libros y escuchaban extasiados historias de superhéroes que los mayores avivaban con leños y sin apurar los horarios de las comidas, y las cuestiones domésticas iban quedando abandonadas porque las escobas eran inútiles para juntar el agua que los zapatos y zapatillas iban dejando en charquitos por el solado de toda la casa. Los relojes de cuerda parecían haberse puesto de acuerdo con los biológicos, y dejaron de tener sentido, pues habían fabulado con el agua anegándose, mientras que yo iba chapoteando de habitación en habitación y recogía en los pasillos cosas y gente que se había quedado sin prisa y sin rumbo, algunos reaccionaban enseguida levantándose y permanecían unos momentos con la desorientación instalada en la mirada, pero había otros que era necesario cargar a cuesta pues su placidez era tan sutil que habían comenzado a diluirse con las paredes y los pisos y la única herramienta posible de devolverlos al ritmo de la casa era la de dibujarles el horizonte.

Observábamos por las ventanas correr las aguas diseminadas entre árboles y cordones que los vidrios empañados distorsionaban en figuras ansiosas y anhelantes. Podría decirse mientras iban transcurriendo los días de aquella semana que estábamos viviendo una época de felicidad diferente, con la energía eléctrica ausente de las computadoras y de los programas de televisión. Y era así que descubríamos a un hermano, a un amante y también a un hijo. La lluvia era ya casi parte de la Historia, tanto que hablábamos de nuestras experiencias anteriores a la época en que había comenzado a llover como si la Lluvia fuese un hecho mencionado en los libros. Descubrimos el entusiasmo que cada uno tenía y que cada uno soñaba, hablábamos y éramos escuchados, nos hablaban y lográbamos escuchar, el agua si bien nos había cercado y anulado las cuestiones habituales que seguían sin resolverse, y por cierto era incómodo andar haciendo plap plap al caminar, también nos había descubierto facetas inexploradas dentro de la casa, dentro de la familia y dentro nuestro. Sí, estábamos viviendo una felicidad diferente.

Y paró de llover.

Cuando dejó de llover, fue sin previo aviso y nos encontró distraídos. Salió el sol, se despejó el cielo y por un buen rato no entendíamos nada de lo que estaba ocurriendo. La tía Mimí dijo: “Voy a la verdulería”, y cuando la vimos salir con el piloto marrón y el paraguas, todos al unísono largamos la carcajada. Los chicos seguían haciendo barquitos de papel y después de tantos días habían perfeccionado tanto la técnica de doblar los diarios que decían que se dedicarían a la política porque de tantos barcos doblados que se fueron a pique en los ríos de esos días, veían un entretenimiento económico en el futuro. Yo que era el encargado de secar la ropa oreándola frente al calefactor (lo que incluía la ropa interior que como todos sabemos una vez utilizada en varias ocasiones, le quedan manchitas en algunos lugares que no hay programa de lavado que las limpie), también me puse contento. Creo que el único que se puso triste cuando paró de llover fue Tito porque entendió que volveríamos a nuestras conversaciones y forma de mirarnos de siempre, los demás ni se dieron cuenta del cambio, hicieron un clic y el chateo en la compu con la novela de la tarde ganaron el ruido de la cocina, el sol aclaró los temas a discutirse y todo empezó a brillar al paso de la franela y la escoba, pero sin el plap plap tan acogedor que nos había acompañado aquellos días inolvidables de felicidad clandestina.

Fue lindo ver el sol de nuevo con el cielo rodeándolo que parecía recién salido de la ducha. Era algo que emocionaba. Pero había también en ese sol algo de la nostalgia de aquella semana que íbamos dejando. A mí se me acabaron las siestas porque me era difícil de entender a esa luz que entraba a raudales por las ventanas. Si me dieron unas ganas locas de salir a correr y aunque la rodilla me siguiera doliendo, estaba seguro que era lo que tenía que hacer. He vuelto de correr. Casi una hora estuve corriendo otra vez por el barrio. Troté con sumo cuidado porque las calles de la ciudad están rotas y quedan charcos de aquella semana por todos lados y la lluvia de la rodilla aún persiste como una garúa.

FIN

domingo, 5 de septiembre de 2010

RECUERDO

El sonido de la naturaleza que me rodea parece dictarme y por momentos cierro los ojos y me dejo llevar. Escucho y siento y entonces recuerdo. Es un día caluroso, la tarde ha comenzado a declinar, pero hay una incesante actividad aún en los árboles. El intercambio de la fauna convive con la pasividad de la flora que no es inmutada por siquiera una mínima brisa. Anoche ha llovido y desde mi ventana pude deleitarme con una maravillosa sinfonía de truenos y relámpagos. Luego, cuando mis ojos se cerraron sin proponérselo, cuando el cansancio se adueñó de mi dominio intelectual, disfruté del descanso navegando en una lluvia densa y copiosa que masajeaba mis sienes y la nuca con dedos hábiles y acostumbrados a dar placer.

Digamos que el verde es más verde así, lleno de sonidos y de cielo celeste, y hasta el zumbido de los insectos tiene algo de poético, como el trinar de los pájaros y un tardío gallo que insiste en ser escuchado. Quiero de alguna forma manifestar la sensación de pérdida, mis cambios y los de él, quiero también de esta manera quizás entender y hasta justificar las consecuencias. Mientras esto relato veo al caballito blanco de madera frente al porche de entrada a la casa, un poco más allá el arenero o lo que de él queda, la casita amarilla con sus ventanas y la puerta que nunca pude hacer que cerrara bien, pero a quién le importaba si el entusiasmo de tener un sitio propio donde el mundo de los grandes no existiera, disimulaba y olvidaba y perdonaba esas deficientes terminaciones. Es que había amor, existía un afecto que se sudaba en horas en las que luego el tedio, o quizás el olvido fueron triunfando. Puedo ver al abuelo marchando al fondo de la galería de plantas con la camisa transpirada, el pantalón arrugado, y siempre con alguna herramienta en sus manos.

Escucho el arrullo de las palomas monteras que ya están reposando en sus nidos y el romance que comienza en esta hora como si de preparar una buena cena se tratara. Pensar en el plato principal, la bebida y el postre. Talvez un café que invite a una charla a media luz, y la esperanzadora noche con su magia por delante. Hoy es ese día, lo sé con la certeza de estar asiendo lo mejor de aquel día.

lunes, 24 de mayo de 2010

YO HAGO AL MUNDO

Hoy tuve una señal más que evidente, claro es que no estoy seguro de la hora y tampoco del lugar, pero sí de que algo de eso pasó, porque enseguida que me pasó lo que me pasó pude sentir ese airecito distinto y a olvido que uno tiene cuando recién se acaba de despertar y está soñando, y mientras lo vas comprendiendo también se te va diluyendo y te decís “anotalo, anotalo”, pero no lo hacés y en cambio te esforzás por reconstruir la idea, luego por armar la frase, te sorprendés del hallazgo de los adjetivos justos y cuando finalmente te lavaste la cara, ya no está… “Matu volvé a leer lo que acabás de escribir y corregilo”, escuché que me decía una vez más mamá, y sus palabras me producían algo así como una desesperación de hambre de comer, y las mejillas se me acaloraban y mis ojos se volvían dos lagunitas a punto de desbordar. Pero ella ya estaba en lo del orden y la limpieza de la casa mientras yo me quedaba hambriento intentando entender lo que me quería decir y así la tarde transcurría en el comedor, con los pies que no me llegaban al piso y un montón de letras sueltas y el sol poniéndose cada tarde. Luego llegaba la hora de cenar, y lo hacíamos siempre monosilabiando los hechos del día, y mientras mis padres y mis hermanos conversaban, reían o discutían y hasta se enojaban, la televisión flasheaba entre nosotros como si no le gustara la comida y mis pies seguían sin tocar el piso de mosaicos y yo pensaba que me quería ir a dormir y que quizás por la mañana pudiera corregir el mareado de los mosaicos que mis pies no llegaban a tocar, mientras ellos conversaban y la televisión que nunca terminaba de quejarse. Pero aún no me dormía, aún se me antojaba que antes de olvidarme de lo que no había logrado aprender, que era posible quizás que mis papás se quedaran dormidos a la mañana siguiente y entonces no iría al colegio a tener que mirar que lo que la maestra escribiría en aquellos pizarrones iría a desordenar ese mundo interior, que nunca llegaba a ser como ellos querían, no al menos como mamá me decía que debía de ser y otra vez la angustia de no lograr llegar con los pies al piso de mosaicos y no entendiendo que mis hermanos parecieran ir con gusto por aquellos mosaicos blandos, cuando cada mañana mamá nos cargaba en la Van y por decirlo de alguna forma nos arrojaba -no había mucho tiempo en esa hora- a la vereda del colegio y mientras yo los veía que salían corriendo y la Van se marchaba zigzagueando entre los otros coches, ellos otra vez a ver a sus amigos o a jugar al patio del colegio, y yo y mi paso desmañado y la lentitud de mis pensamientos que me dejaban sin familia y rodeado de cuerpos y de apuros, subía con resignación los escalones de la entrada al colegio que me producían una ansiedad parecida a las palabras que no podía descubrir ni ordenar, y una vez más me quedaba intentando llegar al piso de los mosaicos. Me llamo Matías y soy un niño triste, eso es lo que escucho que dicen mis padres cuando hablan muy tarde en su habitación por la noche pensando que estoy dormido. Mi pieza está muy cerquita de la de ellos y siempre pido que me dejen alguna luz del pasillo encendida pero la apagan cuando se van a acostar pensando que estoy dormido, como cuando hacen sus cosas habituales pensando que estoy haciendo mis tareas o mirando televisión y ellos que siguen sonriendo o discutiendo mientras yo no crezco aún lo suficiente para poder llegar al piso de mosaicos para así poder sonreír o discutir como ellos. Recuerdo la primera vez –luego hubo muchas- en que mi papá tuvo que ir a retirarme del colegio. Era lunes -el lunes siempre es un día difícil, eso dicen los grandes - y como la directora no había podido ubicar a mi mamá -siempre en los colegios llaman primero a las madres porque se piensan que es lo normal- lo había llamado a mi papá para que viniera a buscarme. Cuando abrí la puerta de aquella oficina y lo vi ahí sentado frente al escritorio de la directora sentí alegría al reconocer parte de mi orden interno en su mirada, pero casi enseguida pude advertir que algo no estaba todo lo bien que debería, la cara de papá reflejaba preocupación y resignación, claro que en aquel entonces con mis ocho años yo lo único que deseaba era darle un abrazo porque mi mañana había resultado muy complicada. Me recibió con el clásico “hola campeón”, y aunque yo sabía que no era para nada un campeón, me gustaba que me lo dijera porque en su voz no había nada de la burla de los otros chicos cuando la seño me preguntaba y yo no respondía, y además quién podía responderle a todas esas preguntas mal hechas que me parecían tontas: “¿Cómo se escribe envase?” si todos saben que se escribe embase, pero por alguna cuestión que aún hoy me cuesta entender algo dentro de mí se resistía a darle una respuesta, y por supuesto los murmullos comenzaban en los bancos del fondo e iban creciendo como una ola hacia los del frente y yo ¿que hacía?, lo que haría cualquiera cuando viene una ola, juntaba las manos, apretaba los labios y cerraba los ojos, y en lugar de que la ola me mojara, escuchaba sus risas y la voz de la seño intentando poner orden. De papá me llegaba con el timbre de sus palabras una enorme ternura que sus ojos marrones y la barba mal afeitaba se empecinaban en disimular, y yo le quise sonreír cuando salíamos del cole pero no pude. No entendí lo que la directora le dijo a papá cuando se pusieron de pie, él estrechó su mano mientras me miraba desde lo alto y no tuvo ganas de explicarme ni decirme nada cuando íbamos hacia a la calle. Se lo veía tan cansado a papá, y además yo creía que estaba en problemas. “Matías: ¿porqué no te fijás en el diccionario esa palabra que pusiste a ver si existe?”, decía mi mamá en la tarde y mis pies que comenzaban a alejarse del mosaico. No obstante corría el riesgo y saltaba al piso y me iba hasta el living, arrimaba alguna silla e intentaba sacar el diccionario del tercer estante -un libro muy pesado y grandote-, que muchas veces se escurría de mis posibilidades de manipularlo y se caía, y me llegaba desde la cocina la protesta de mamá, y así cada tarde. Le tenía terror al diccionario, y aunque me repetían que los libros no mordían -eso nos decía siempre papá: “chicos lean que los libros no muerden“-, estaba convencido que sí podían hacerme algún daño, como no entender el significado de sus frases o no encontrar una palabra, y me quedaba desolado en el living impotente de cumplir con el pedido de mamá, y mientras ella hacía otra cosa -siempre las mamás tienen cosas por hacer-, me iba perdiendo en ese libro en el que casi nunca podía hallar la palabra que buscaba, y me aburría, es que se parecían todas tanto, y aún cuando lograba hallar alguna que era casi igualita –pero nunca la misma- me admiraba de mi mismo e iba a la cocina por la mirada de mamá para mostrarle mi descubrimiento, y advertía una vez más que mis pies no llegaban a los mosaicos del comedor y que la tarde estaba terminando y ya estábamos por llegar a la cena familiar, porque el agua de la cacerola humeaba, y en la pileta de la cocina corría el agua y los hechos de todos los días se iban sucediendo mientras se me iba olvidando lo que había estado buscando en el diccionario.
Hay veces que pienso y siento que yo soy el mundo, y las cosas y la gente meros caprichos de mi imaginación. Por ejemplo ahora encerrado en mi escritorio de historias, dejo un momento y hablo por teléfono a mi casa, y se detiene todo el entusiasmo de mi llamado cuando escucho: “¿Qué querés Matías?”, y entonces vuelvo a situarme en aquel umbral del colegio que me anudaba el estómago. Y me pregunto porqué dejé de ser Matu para ser Matías, o porqué se me estiraron las piernas, los brazos, y me tengo que afeitar como papá, y además el cuerpo se me acelera sin que me lo proponga en algunos lugares en los que antes no me ocurría. Ahora soy Matías y a veces siento que yo hago al mundo y creo que es mi culpa cuando pido que me escuchen durante la cena y nadie atiende lo que digo y el sonido de mi voz se parece a un chico buscando sin encontrar esa palabra en el diccionario. Entonces pienso que hice algo mal cuando hice al mundo. Sé que a veces el mundo que hago no me sale como ellos querían, y cuando voy al señor componedor del mundo para que me ayude a corregirlo, él le dice a mi mamá –no a mí, él le habla a mi mamá como si yo fuera chico y no entendiera-, que mi dislexia no es con el aprendizaje que nunca aprendí, que mi dislexia ahora que vivo como Matías y no como Matu es con la vida. Hoy tuve una señal más que evidente de que yo hago al mundo. ¡Y casi casi me despierto!

Abril 2010