sábado, 21 de febrero de 2015

UNA IDEA ESQUIVA



Ahí estaba otra vez. Había almorzado, tenía sueño pero se había propuesto escribir sobre aquella idea que había soñado. ¿Había soñado realmente eso? Dudaba. Pero no había nada de raro en ello. Los sueños eran momentos sin testigos. ¿Color? Se olvidaba de recordar apenas se despertaba si lo que había estado soñando había sido en colores. Creería que sí. Se sentó, estiró el cuerpo y los pies rozaron algo que no se molestó en saber que era. Cerró los ojos. Con la nuca apoyada en el respaldo de la silla, y la cola en el borde de la sentadera,  disfrutó del momento, luego se durmió. Estaba acalorado y feliz. No supo cuándo ni porqué pero estaba en el mar. Escuchaba el oleaje detrás de las dunas y corría una brisa. No sabía la hora pero tenía hambre, así que por el sol que estaba vertical y las ganas de comer dedujo que sería mediodía. Estaba solo. No, no lo estaba. Las sandalias y el pareo se encontraban a un lado de sus ojotas. Pestañeó con fuerza en el sueño, y se removieron las órbitas oculares en la realidad pero siguió durmiendo. La vida era un poco eso. Dormir y no. Soñar y no. Reír y no. Dudar y no. ¿Quién no dudaba? ¿Quién no reía? ¿Quién no soñaba? De la parte superior del médano surgió la silueta de una persona. La figura, que por la amplia curva que nacía encima de la cintura y recorría la cadera, dedujo era una mujer, estaba a contraluz y por eso él la veía solo por su exquisito perímetro. El viento le agitó la cabellera. Tenía pelo largo. La mujer de pie en la parte superior del médano se mantuvo estática. Una intensa luminosidad rodeaba su cabeza y acentuaba el deseo de descubrirle el rostro. Cuando él más se empecinaba en intentar descubrirlo, la luz, tanta luz, paradójicamente lo oscurecía.

-       ¿No vas a venir a bañarte?
No dijo nada porque la sorpresa de que ella le hablara lo enmudeció. ¡Ella estaba ahí y hablaba! No parecía real si no fuera porque el viento le daba vida a la cabellera. Sintió la garganta demasiado seca. Se sentía vulnerable.

-       ¿Te pasa algo?, dijo la voz. Una voz suave y muy clara. Una voz seductora que le removió recuerdos en el cerebro. Siguió callado.
En realidad algo quería decir pero un impulso que no sabía de donde provenía le obligaba a mirar y a no hablar. Solo mirar. La chica o la mujer, debería ser una mujer, la voz y la silueta no eran de una chica, pateó con el pie derecho un montón de arena que como una lluvia seca y áspera le cayó encima, parte en el cuerpo y parte en la cara. Los granos de arena se le diseminaron por todo el pelo. Ella rió.

-       ¿Decidiste que ibas a hacer con eso que me comentaste?
Ella parecía intentar una estrategia diferente dado su silencio. ¿Qué le había comentado? ¿Cuándo? Había algo extraño, y era que en las preguntas de ella faltaba un pasado. Su pasado, el de él. El presente de este sueño estaba ocurriendo, pero había comenzado después del inicio.

-       Haceme espacio, le dijo empujándolo suavemente y sentándose a su lado. Luego ella, dándose la vuelta se recostó en la lona.
La mujer era indudablemente real, al menos en el sueño lo era, no tenía que olvidarse que se trataba de un sueño, sino podría llegar a pensar en algo, una relación, una amistad, quizás un amor con ella y después le pasaría lo de otras veces. Ella lo dejaría, y en el mejor de los casos lo convencería que no era la persona que le convenía, llenaría la conversación de gestos y de hechos que justificaran que lo estaba dejando, aunque también podría darse el caso que no. Que lo abandonara de un día para otro sin avisarle, que lo dejara plantado esperándola en el café en el que habían quedado verse, si tenía suerte podía llegar a llamarlo por teléfono, o a lo sumo enviarle un mensaje de texto, algo breve como: “No voy. Lo lamento.”, y él tendría que aferrarse a esa palabra. Necesitado de creer que ella lo estaría lamentando, y que tal vez se encontraría en otro café, muy lejos o muy cerca del café en el que él estaba, que tendría una mirada melancólica, quizás incluso mientras le escribía ese mensaje, alguna lágrima se deslizaría por el borde del ojo corriendo algo del rimmel celeste que ella solía usar. Sí, era mejor así, pensar en esa palabra que en la mujer haciendo algo, o lo que podía ser peor engañándolo.

-       Tengo hambre, dijo ella.
Escuchó las palabras como una invitación a mirarla pero no lo hizo, temía que cuando se volteara y la viera, ahora que no le daba el sol en la espalda, se encontrara con una cara que no reconociera, o una cara que nada tuviera que ver con la voz, es decir, un rostro distinto al que él ya se había formado. En ese momento el estómago le hizo ruido.
-       Dale, no ves que vos también tenés hambre, ¿Vamos a comer una paty acá nomás?
Apretó los labios como si con ello pudiera evitar el próximo ruido que surgiera de sus entrañas. ¿Quién era ella? ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaban? Se sentó todavía sin mirarla y cuando apoyó su mano en la lona la tocó. La mujer pareció vibrar cuando la rozó, tenía la piel suave y caliente. Una llamarada de deseo se instaló en el cuerpo.

-       Andá querido, dale, comprame una paty con queso, dijo sin moverse.
Se puso de pie y no pudo evitar mirarla. Sobre la lona de colorido estampado que parecían flores pero que no lo eran, el cuerpo de la mujer ondulaba dentro de dos piezas pequeñas azules que intentaban cubrirla. Acercó una mano a la espalda de la mujer, sus dedos casi llegaban a tocar las luminosas pecas que le recorrían la espalda. Ella volteó. Él despertó.

Entre las plantas del patio las chicharras ululaban. Desde la calle llegó el voceo familiar de un megáfono, una camioneta vieja compraba cosas en desuso por los barrios. El ruido de botellas chocando y la radio del vecino acallaron por unos momentos el frenesí de los insectos. Se miró las manos. Movió los dedos. Cerró y abrió los puños. Había almorzado, tenía sueño pero se había propuesto escribir sobre aquella idea que había soñado. ¿Había soñado realmente eso?