Ana María tuvo que aprender a ser
cuidada, no cuidadosa, sino a ser cuidada por otros. Un poco antes de que le
dieran el alta a mamá nos pusimos con mi hermana a conversar sobre cuál era la
manera más apropiada para cuidarla. Hicimos los contactos telefónicos
pertinentes y el sábado en la mañana fue el día para definir como iniciar la
semana. Vinieron tres mujeres. Una muy joven, una muy vieja, y Eva.
Nos inclinamos por Eva que parecía saber
de cuidar a gente mayor con movilidad reducida o sin ella. Decía ser enfermera
y venía recomendada. Después, cuando mamá y mi hermana la echaron, cada una
aduciendo motivos diferentes, nos enteramos que también la habían echado hacía
tiempo quiénes la habían recomendado. Nos preguntábamos como habían podido omitir
un detalle tan importante.
Tengo
el único ramo de flores en la mano, ni siquiera sé como sostenerlo. Los cuatro
hombres me miran, esperan para comenzar a tapar el pozo. Formamos una hilera de
personas discontinuada por las diferentes tumbas, miro al piso haciendo algo de
tiempo mientras me pregunto que se hace en estos momentos, decir unas palabras,
rezar, llorar, mantener la cabeza gacha. Doy un paso adelante y el que parece
estar al frente del grupo de hombres extiende su mano y aprovecho a darle el
ramo que deposita sobre el cajón.
Ana María me cuenta que Eva la
mandongueaba cuando estaba internada en la clínica, pero me lo dice cuando ya
han pasado casi dos meses y Eva sigue viniendo a casa todavía para cuidarla.
Mamá lo comenta sin pasión. Cuando mamá habla de estas cosas, de las que le han
sucedido, el quiebre de la cadera, las caídas en la calle, la internación, lo
hace sin dramatismos pero con convencimiento, ella es así. Eva entra a la
cocina y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo ambos nos callamos. Eva nos
mira como esperando una palabra o un gesto, algo a lo que colgarse de la
conversación que hemos interrumpido, pero nosotros hacemos silencio y ella
sale.
Por
unos instantes todos parecen esperar que yo haga algo, me viene a la mente lo
que ocurre en las películas, por ejemplo tomar un puñado de tierra y tirarlo
sobre el cajón, la tensión que se genera por mi falta de acción parece ser el
disparador para que los hombres comiencen a palear sobre el cajón, lo hacen con
cierta furia, en unos momentos se llena el pozo y un montículo queda
sobresaliendo del nivel alrededor de la tumba. Así va a quedar unos días, para
que se asiente me dice el que lidera al grupo, luego un albañil va a volver a
colocar la lápida en su lugar. Vuelve un instante incómodo, entonces los hombres
recogen sus herramientas con disimulo no queriendo molestar a los deudos y se marchan, pienso que tal vez van a seguir enterrando gente.
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