miércoles, 6 de julio de 2016

EL TREN PASA


Buscaba las vías esa mañana. Las buscaba como seleccionando donde. Las buscaba pensando en cuando. No había nubes ese día y las chicharras del paso a nivel sonaban y sonaban y no dejaron de sonar en toda la mañana. Me acuerdo porque uno se acostumbra más al ruido de la ciudad que al silencio, y puede descubrir los ruidos que son ajenos al ruido habitual. Me acuerdo porque no era el sonido de las chicharras lo que me molestaba, no el sonido en sí, sino que lo que modificaba el ruido habitual era la continuidad del sonido de la chicharra que iba dejando su cadencia para irse transformando en un grito, era como un alarido de animal herido. Aunque sea difícil de explicarlo había algo más en la persistencia de aquel sonido. El caos. Sentí que el caos estaba golpeando a mi mente. Laura se había ido hacía dos meses y su ausencia todavía escalaba el dolor. Me preguntaba cuando podría yo sentir que remitía, sin saber que eso, seguiría por más de un año acechándome, y que aún pasado ese tiempo, no es que me olvidaría o ya no me dolería, sino que, habría algo parecido a una transformación, una mutación, el dolor no sería dolor, sería un recuerdo doloroso.
El tren pasa todos los días por Flores, y el tiempo no pasa en las fachadas de este lado de las vías. Del otro lado, hacia Rivadavia, es distinto. Del otro lado se abren y cierran negocios. Del otro lado van y vienen los colectivos y las ambulancias, los taxis y la gente. Del otro lado el mundo no para. Del otro lado el tren tampoco para. Miro la hora. No es tarde pero tampoco es tan temprano para ser día de trabajo. Pero que importa la hora, que importa la costumbre de cumplir con ciertos horarios. Tiro el pucho a la cuneta de la calle, veo a una pareja que camina por la vereda de enfrente. La chicharra no deja de sonar. Busco el celular en el bolsito y miro la hora. Algo más de las ocho. Acomodo la correa del bolso para que no lastime al hombro. Ese hombro, está más caído que el otro.

Ricardo se acomoda la camisa que se le ha salido un poco dentro del pantalón y comienza a caminar hacia el paso a nivel. A medida que avanza hacia las vías la chicharra del paso a nivel se hace cada vez más fuerte y Ricardo necesita abrir y cerrar la boca. Boquea. La barrera ha quedado a media altura y permite que los coches puedan pasar. Al ruido de la chicharra se suman los bocinazos. Un Renault 12 de color gris que está detenido, tiene el capó debajo de la barrera. Ricardo avanza al lado de la fila de vehículos que se ha ido formando. La mujer sentada al lado del conductor, parece decirle al marido que ni se le ocurra pasar. El hombre adelanta su cabeza e intenta mirar hacia ambos lados. Hacia la derecha puede ver bastante bien, eso piensa Ricardo que ha llegado al lado del coche, pero a la izquierda no. La vía a la izquierda, hace una curva que se cierra bruscamente y la visión se interrumpe por  el fondo de las casas construidas junto a la vía. La mujer se enoja, y aunque parezca increíble dentro de semejante bochinche, Ricardo la oye y la ve gesticular cuando el tipo adelanta el coche un poco, mientras se inclina sobre el volante. Los bocinazos y la chicharra parecen enloquecer, y hay tanto ruido que, de alguna forma no importa. Hay algo de incomprensible en  el Renault avanzando y a punto de cruzar las vías. Puede la vida valer tan poco, tan nada, y los demás coches insistiendo a bocinazos para que el Renault cruce.  Ricardo se demora en el zigzag metálico para peatones y vuelve a mirar la larga fila de ruidos que late en el paso a nivel. En ese momento el tren pasa.

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