Antes
de salir de la cama tiene un pensamiento de los que él llama luminoso, sin
haber abierto los ojos, en la tibieza y suavidad de la cama, apenas consciente,
lo deletrea y lo sabe sólido, incuestionable. Contento pone un pie afuera de
las sábanas con sigilo, no quiere despertarla.
-¿Y
qué vas a hacer allá en una cabaña en la sierra?, le dice ella.
Él
sonríe. Un poco lo hace para decir sin decir. Piensa: “como si uno no pudiera
estar así, no hacer, solo estar”. Sabe que a ella le molesta pensarlo sin hacer
nada, o leyendo, o mirando una película, pero por otro lado la pregunta es bien
jodida, y se le ha incrustado en el cerebro de manera amenazante, tiene que
responder para liberarse.
-¿Hay
que hacer algo?, comenta y enseguida se arrepiente. En realidad el pensamiento
se le escapa, sale de él como una provocación, como si el temor que incluso él
mismo tiene, porque sería una tontería negarlo, se expresara sin poder contenerlo.
Bajo
el brazo lleva en un revoltijo apretado, la ropa que va a ponerse. Ya en el
baño, esa primera meada del día le alivia el cuerpo pero no la mente. El espejo
es amplio y alcahuete. No se detiene mucho en esa imagen, no debe. Cuando el
dentífrico entra en contacto con su boca, algo de cordura mental llega al cerebro.
Mientras se enjuaga, el pensamiento luminoso retorna manso y dulce.
Afuera
la lluvia se escucha como un gorgoteo intenso que no parece encontrar la manera
adecuada de discurrir. Se encuentra atrincherado al lado de un viejo calefactor
que hace años debería haber dejado de funcionar. Sin embargo todavía funciona.
Hay ciertas angustias que llevamos clavadas a la espalda. Recuerda que le ocurre
a menudo, es como si las cosas cotidianas neutralizaran durante su práctica,
las ideas y los deseos. También el dolor.
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