Ana María se murió hace apenas
unos días. Como no podía ser de otra manera, fue triste.
Hace un año los análisis indicaron
que le quedaba poco tiempo. Vivimos lejos. Comencé a visitarla mucho más de lo
habitual. Un fin de semana sí, un fin de semana no. En ocasiones me acompañaban
mis hijos.
Cuando su cuerpo todavía se lo
permitía, se levantaba y en la silla de ruedas la llevaba a la cocina donde
solíamos pasar la mayor parte de las horas. Veíamos a Mirta Legrand en la
televisión. Ella se divertía y me decía que Mirta era más vieja que ella y sin
embargo lo bien que estaba. Las mañanas pasaban rápido, comíamos, después dormía
la siesta.
Recién conocí a Ana María este
último año, es que cuando uno es chico o joven, cuanta atención le presta a los
padres. Ellos están ahí, disponibles, la comida y la ropa están a mano. Es una
época donde no existe la conciencia de la muerte.
Las horas y los días que pasamos
juntos, las charlas y los silencios que compartimos, el afecto manso que nos
brindamos, las preguntas que no nos hicimos, me dieron y le dieron también a
ella, una muerte amable. Igual dolió, igual duele. Estoy triste pero no me
quejo.
La mañana en Bahía Blanca estaba
soleada y ventosa cuando la llevamos al cementerio, y de la arboleda de
eucaliptos centenarios que rodea las tumbas descendía una tranquilidad que reconfortaba.
Comenzaba el día, la tierra arenosa y oscura cayó sobre el cajón, luego nos
fuimos.
Al volver a la casa Agustina
propuso pintar un mural en la pared medianera. Nos pareció bien. La pintura
puede verse desde la pieza de Ana María y también desde la cocina. No estoy
triste porque pudimos compartir lecturas y crucigramas, hablar de nuestras
cosas, llevarte un libro, ayudarte con las pantuflas y tomar unos mates.
Yo no sé si como algunos creen te
vamos a volver a encontrar, yo no tengo esa fé, pero lo que si tengo es un
recuerdo tangible, entrar a tu pieza cuando ya no estabas y sentir el perfume
que usabas, recoger la manta que cubría tus piernas, guardar la silla de ruedas,
son sensaciones que no tienen nombre pero no estoy triste Ana María, solo me
siento algunas veces un poco extraño, como ahora mientras escribo.
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