Vera nació prematura y estuvo algo
más de un mes en la clínica. Quique está contento, pero se lo ve cansado. Es
que todo empezó mucho antes, cuando la mamá de Vera tuvo una pérdida, y fue al
médico y éste le dijo que tenía que
guardar reposo.
Hoy miércoles el viaje en tren está
imposible, vamos hacinados y haciendo fuerza con las piernas y los brazos, las
manos me duelen de tanto apretar el caño del que estoy amarrado. Cuando el tren
se detiene en Castelar aprovecho la
mínima descompresión de la masa humana y doy un paso buscando el pasillo del
vagón.
Veo a Quique cuando sale del baño: “¿Estuviste
de viaje por algún lado?”, le pregunto. Es que Quique se dedica con entusiasmo
adolescente al turismo. Al él le gusta viajar, pero hacerlo con poca plata, y
con mucho tiempo. Hostel o casa de familia, nada de hotelería, menos all
inclusive. “Ojalá”, me dijo. “Estuve en casa porque Flor tiene que hacer
reposo”. Fue en ese momento que me enteré que esperaban un hijo.
Un viejo me está clavando el codo en
el medio de la espalda y me empuja encima de una chica. Podría dejarme caer sobre
ella y así aflojar la presión del viejo, pero no quiero que piense mal, por eso
entre Castelar y Morón forcejeo y me sostengo como puedo. En Morón baja gente,
pero suben muchos más. Prevenido y atento al flujo y reflujo, aprovecho el
impulso y me muevo alejándome otro poco más de la puerta, del codo, y de la
chica.
Quique me cuenta por lo que han
pasado. Ella apenas se levanta lo necesario. Cada dos días vamos al médico
agrega.
El tren sale de Morón, pasamos por
Haedo y cuando estamos por llegar a Ramos una mujer se pone de pie. Lleva un
bebé en brazos. Veo el bulto pero no veo nada del bebé. Los que estamos en el
entorno nos damos cuenta lo difícil que le va a resultar a la mujer bajar. Ella
queda por un momento de pie, esperando, no mira a nadie, tampoco pide. La mujer
solo está ahí quieta y uniforme con el bulto encima de los brazos, sin embargo,
no parece hacer falta que haga nada. Los que estamos a su alrededor comenzamos
a hacer lugar para que pueda pasar.
Cuando una de las pérdidas fue
preocupante la internaron y Vera nació por cesárea. Visitan a Vera todos los días,
llegan temprano, a las siete ya están en la clínica detrás del acrílico que les
muestra un sinnúmero de cunitas transparentes. Me cuenta que identifican a la
beba porque es la más chiquita entre las chiquitas.
Todos tenemos que empujar y resistir
el empuje de los demás, y eso hacemos, para que la mujer pueda bajar del tren
en Ramos Mejía. Cuando la mujer con el bebé en brazos avanza y llega adonde me
encuentro, se detiene, pero no me mira, espera una vez más. Veo que no tiene
espacio suficiente para poder pasar, al menos, no hay un espacio cómodo y
seguro para que ella pase sosteniendo al bebé.
Está débil dice el médico de Vera, y
no hay todavía un diagnóstico que permita saber como evolucionará su peso y si
podrán llevarla a casa pronto. Quique se va a trabajar y ella se queda ahí con
la beba, sale a la hora del almuerzo, camina un poco por una plaza cercana y
vuelve a la clínica a mirarla desde el pasillo como duerme y como la atienden.
Tengo que empujar para que la mujer
pase, pero antes aviso: “Voy a empujar porque hay una mamá con un bebé que
baja”, eso digo y luego, con toda mi humanidad presiono y abro el paso. La mamá
avanza hacia la salida. El tipo que está detrás de mí y que ha soportado mi
empuje se da vuelta y me golpea en la espalda.
Cuando Quique vuelve del trabajo se
van juntos para la casa. Vera queda del otro lado del acrílico. Pienso lo duro
que debe ser. Las ojeras desde las que Quique me mira me dan pena.
Me doy la vuelta y veo a un hombre
que me mira con furia. Tiene los auriculares del celular puestos y está
dispuesto a discutir o pelear. Nos miramos con el gordo que está al lado mío.
Estamos tan cerca unos de otros que casi podemos olernos. “Dejá flaco, ni
siquiera te escuchó”, me dice el gordo. Vuelvo a lo mío. Veo a la mamá con el
bebé caminando por el andén. Vera va a casa mañana. Pienso en auriculares,
también en acrílicos. Parecen objetos que explican ciertas cosas. La vida
misma.
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