Ahí
estaba otra vez. Había almorzado, tenía sueño pero se había propuesto escribir
sobre aquella idea que había soñado. ¿Había soñado realmente eso? Dudaba. Pero
no había nada de raro en ello. Los sueños eran momentos sin testigos. ¿Color?
Se olvidaba de recordar apenas se despertaba si lo que había estado soñando
había sido en colores. Creería que sí. Se sentó, estiró el cuerpo y los pies
rozaron algo que no se molestó en saber que era. Cerró los ojos. Con la nuca
apoyada en el respaldo de la silla, y la cola en el borde de la sentadera, disfrutó del momento, luego se durmió. Estaba
acalorado y feliz. No supo cuándo ni porqué pero estaba en el mar. Escuchaba el
oleaje detrás de las dunas y corría una brisa. No sabía la hora pero tenía
hambre, así que por el sol que estaba vertical y las ganas de comer dedujo que
sería mediodía. Estaba solo. No, no lo estaba. Las sandalias y el pareo se
encontraban a un lado de sus ojotas. Pestañeó con fuerza en el sueño, y se
removieron las órbitas oculares en la realidad pero siguió durmiendo. La vida
era un poco eso. Dormir y no. Soñar y no. Reír y no. Dudar y no. ¿Quién no
dudaba? ¿Quién no reía? ¿Quién no soñaba? De la parte superior del médano
surgió la silueta de una persona. La figura, que por la amplia curva que nacía encima
de la cintura y recorría la cadera, dedujo era una mujer, estaba a contraluz y
por eso él la veía solo por su exquisito perímetro. El viento le agitó la
cabellera. Tenía pelo largo. La mujer de pie en la parte superior del médano se
mantuvo estática. Una intensa luminosidad rodeaba su cabeza y acentuaba el
deseo de descubrirle el rostro. Cuando él más se empecinaba en intentar
descubrirlo, la luz, tanta luz, paradójicamente lo oscurecía.
- ¿No
vas a venir a bañarte?
No
dijo nada porque la sorpresa de que ella le hablara lo enmudeció. ¡Ella estaba
ahí y hablaba! No parecía real si no fuera porque el viento le daba vida a la
cabellera. Sintió la garganta demasiado seca. Se sentía vulnerable.
- ¿Te
pasa algo?, dijo la voz. Una voz suave y muy clara. Una voz seductora que le
removió recuerdos en el cerebro. Siguió callado.
En
realidad algo quería decir pero un impulso que no sabía de donde provenía le
obligaba a mirar y a no hablar. Solo mirar. La chica o la mujer, debería ser
una mujer, la voz y la silueta no eran de una chica, pateó con el pie derecho
un montón de arena que como una lluvia seca y áspera le cayó encima, parte en
el cuerpo y parte en la cara. Los granos de arena se le diseminaron por todo el
pelo. Ella rió.
- ¿Decidiste
que ibas a hacer con eso que me comentaste?
Ella
parecía intentar una estrategia diferente dado su silencio. ¿Qué le había
comentado? ¿Cuándo? Había algo extraño, y era que en las preguntas de ella
faltaba un pasado. Su pasado, el de él. El presente de este sueño estaba
ocurriendo, pero había comenzado después del inicio.
- Haceme
espacio, le dijo empujándolo suavemente y sentándose a su lado. Luego ella, dándose
la vuelta se recostó en la lona.
La
mujer era indudablemente real, al menos en el sueño lo era, no tenía que olvidarse
que se trataba de un sueño, sino podría llegar a pensar en algo, una relación,
una amistad, quizás un amor con ella y después le pasaría lo de otras veces.
Ella lo dejaría, y en el mejor de los casos lo convencería que no era la
persona que le convenía, llenaría la conversación de gestos y de hechos que
justificaran que lo estaba dejando, aunque también podría darse el caso que no.
Que lo abandonara de un día para otro sin avisarle, que lo dejara plantado esperándola
en el café en el que habían quedado verse, si tenía suerte podía llegar a
llamarlo por teléfono, o a lo sumo enviarle un mensaje de texto, algo breve
como: “No voy. Lo lamento.”, y él tendría que aferrarse a esa palabra. Necesitado
de creer que ella lo estaría lamentando, y que tal vez se encontraría en otro
café, muy lejos o muy cerca del café en el que él estaba, que tendría una
mirada melancólica, quizás incluso mientras le escribía ese mensaje, alguna
lágrima se deslizaría por el borde del ojo corriendo algo del rimmel celeste
que ella solía usar. Sí, era mejor así, pensar en esa palabra que en la mujer
haciendo algo, o lo que podía ser peor engañándolo.
- Tengo
hambre, dijo ella.
Escuchó
las palabras como una invitación a mirarla pero no lo hizo, temía que cuando se
volteara y la viera, ahora que no le daba el sol en la espalda, se encontrara
con una cara que no reconociera, o una cara que nada tuviera que ver con la
voz, es decir, un rostro distinto al que él ya se había formado. En ese momento
el estómago le hizo ruido.
- Dale,
no ves que vos también tenés hambre, ¿Vamos a comer una paty acá nomás?
Apretó
los labios como si con ello pudiera evitar el próximo ruido que surgiera de sus
entrañas. ¿Quién era ella? ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaban? Se sentó todavía sin
mirarla y cuando apoyó su mano en la lona la tocó. La mujer pareció vibrar cuando
la rozó, tenía la piel suave y caliente. Una llamarada de deseo se instaló en
el cuerpo.
- Andá
querido, dale, comprame una paty con queso, dijo sin moverse.
Se
puso de pie y no pudo evitar mirarla. Sobre la lona de colorido estampado que
parecían flores pero que no lo eran, el cuerpo de la mujer ondulaba dentro de
dos piezas pequeñas azules que intentaban cubrirla. Acercó una mano a la
espalda de la mujer, sus dedos casi llegaban a tocar las luminosas pecas que le
recorrían la espalda. Ella volteó. Él despertó.
Entre
las plantas del patio las chicharras ululaban. Desde la calle llegó el voceo familiar
de un megáfono, una camioneta vieja compraba cosas en desuso por los barrios. El
ruido de botellas chocando y la radio del vecino acallaron por unos momentos el
frenesí de los insectos. Se miró las manos. Movió los dedos. Cerró y abrió los
puños. Había
almorzado, tenía sueño pero se había propuesto escribir sobre aquella idea que
había soñado. ¿Había soñado realmente eso?
2 comentarios:
hermoso relato Daniel, Mirta
excelente relato! alberot
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