Cuando
abre los ojos algo diferente a cuando se despierta ocurre. Cuando él abre los
ojos, la oscuridad es distinta. Mariana lo mira entre las tinieblas de la
pieza. Había gritado y luego se revolvió entre las sábanas. En el giro arrastró
parte de la colcha y de la sábana que cubría ambos cuerpos, uno de ellos a
punto de morir. Agua por favor. No pudo
decir otra cosa. Incluso cuando ella le contestó y le hizo una pregunta, no
comprendió las palabras.
La
vida era linda. Una frase sencilla. Un pensamiento honesto. El pasado que había
utilizado lo alejó del dolor en el pecho. Masajeame acá, le dijo a Mariana. Me
duele el pecho agregó para darle una referencia concreta. Ahora sí, ahora podía
imaginar el pánico en los ojos, en las cejas, en los labios de Mariana. Conocía
esos gestos en ella. El aire, aunque Mariana aún no había hecho nada, le
llegaba un poco mejor. Después de todo , todavía podía seguir respirando. Lo hacía
despacio, con sumo cuidado, era como estar llevando con las manos las copas que
usaban para brindar en ocasiones especiales, esas de boca ancha y generosa,
pero que de tan grandes muy expuestas a romperse. Así respiraba, llevando copas de
cristal con cuidado.
Mariana
había estirado el brazo izquierdo tanteándolo en la oscuridad, le llamó la
atención que no había prendido la luz del velador a su lado. Sentía como la
mano de Mariana intentaba reconocer dónde estaba él, donde su pecho. La mano
andaba por la cama llena de interrogantes, un poco perdida. Había comenzado por
tantear en el exterior la colcha, pero ya andaba sumergida entre las sábanas
arrugadas. Dio un respingo cuando los dedos fríos de Mariana le tocaron el
costado y fueron un poco más allá hundiéndose en la grasa de su cintura.
Una
lágrima brotó de la punzada que sintió, pensó que así sería el pre infarto. Se
quedó muy pero muy quieto, hasta la mano de Mariana detuvo su peregrinaje al
sentir que el cuerpo de él se ponía rígido. Ninguno se animó a decir nada. Estiró su
brazo derecho hasta tocar la almohada y la dobló un poco en el extremo para que
la cabeza estuviera más arriba que el resto del cuerpo. Le pareció que así le
iba mejor. Mariana seguía quieta y callada. Por unos momentos el dolor en el
pecho, como asimismo la rigidez que el cuerpo había adquirido, comenzaron a
remitir. El entusiasmo lo llevó a inspirar profundamente y la llaga que se
había comenzado a formar en el corazón creció uno o dos milésimas mientras
seguía babeando sangre.
El dolor
llegó como un rugido y el ahogo atrapaba su garganta. Aguardó lo que le pareció un par de
minutos mientras pensaba en el almuerzo sin darse cuenta que el hambre lo
estaba capturando. Qué extraño ese vacío que surgía ahora en el centro mismo de
su organismo. Había cenado milanesa a la napolitana y papas fritas. Vino tinto. El
flan casero con dulce de leche que Mariana había hecho por la tarde había sido
un manjar. Cómo podía estar muriéndose y pensar en estas cosas.
Mariana
encendió la luz y entonces tuvo que cerrar los ojos. Ella preguntó si se encontraba
bien. Se podía realizar una pregunta tan estúpida. Las palabras que quería decir nadaban en su pensamiento,
pero no llegaban a vibrar entre sus cuerdas vocales. La lengua se secaba, la
frente y las mejillas ardían, la nuca hacía agua en la almohada. Quiso mover
las piernas pero no fue suficiente con querer, no solo no pudo, sino que
tampoco las sentía. Alargó la mano derecha y la fue deslizando hacia abajo
lentamente. Tocó su cuerpo a la altura de la cadera, los dedos se entretuvieron
ahí un momento. Mariana esperaba, él sabía que ella esperaba que dijera algo
pero qué podía decir. El pensamiento funcionaba bastante bien dada las circunstancias. Afuera se escuchaban los pájaros y el amanecer anticipaba un día
primaveral.
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