Sos bebé
y te comienzan a leer esos libros plásticos que se pueden mojar cuando te
bañan, y que te gusta mordisquear porque todo te llevás a la boca y quizás ya estás
cortando encías. En ellos está la vaca, también la oveja, la gallina, y el
caballo. Puede que además aparezcan los conejos y los patos. Yo nunca vi en los
campos que visité ningún pato en el gallinero, que por eso se llama gallinero,
sino se llamaría patero.
Patero
era el vino que le gustaba a mi abuelo, el papá de mi papá, que no pude conocer
porque se murió antes de que yo naciera. En las fotos del abuelo Alberto las
que sí están son mis hermanas.
En
el colegio te enseñan cuáles son los animales que hay en el campo y que se
siembra. Somos un país agropecuario. Eso dice nuestra historia y los manuales
de geografía. El mejor trigo y la mejor carne de exportación. Aunque ahora se
siembre cada vez menos trigo, y se coman cada vez más las milanesas de soja.
Un
buen día vas de visita al campo de tu abuelo, vivís en la ciudad, creciste en
la ciudad. Alrededor tuyo todos se llenan la boca con elogios. Grandes
extensiones verdes de sembrados, dicen. Trigos que se ondulan con el viento, cuentan.
Girasoles y maizales gigantes, agregan. La ciudad con los edificios de pronto te parecen pequeños y las calles pavimentadas muy grises.
Te
preguntan si querés quedarte unos días con tus abuelos. Estás de vacaciones,
tus amigos se han ido de la ciudad y, aunque no conocés mucho de la vida de
campo, decís que posiblemente te quedarías, preparás tu mochila, y estás nervioso.
Ya están cerca del campo de tus abuelos, van cinco horas de viaje. Es verano. En
el último tramo de tierra, el coche vibra y parece que se va a desarmar por las
piedras sueltas que hay en el camino. Al mirar para atrás ves una enorme
polvareda que levanta el coche a su paso. Nadie anda por esos caminos. Después
de unos minutos, aparece una vieja camioneta Ford con la pintura oxidada. El hombre
que la maneja levanta una mano y te dicen que es costumbre por acá saludar así.
Dentro del auto flotan motitas de polvo que brillan cuando el sol les da, eso te
gusta, aunque tenés la boca y la garganta secas y cuesta respirar. Entran al
campo de tu abuelo, dice: “El Labrador” encima del arco de la entrada y cuando bajan la ventanilla un aire fresco renueva
el aire frío y acondicionado que llevan dentro del auto, pero además entran con el aire
fresco los sonidos del campo. El coche ahora va mucho más despacio como si
todos se hubieran puesto de acuerdo en bajar la velocidad, y se oyen los
pájaros, eso es lo primero que oís, luego, aunque todavía no podés verlas, se
escuchan las vacas y el relincho de un caballo, y vos sentís algo que no podés
explicarte, que va ocupando tu cuerpo, que va invadiendo tu pecho.
Finalmente estacionan debajo de unos robles en el camino que llega a la casa, ves
venir a dos perros que ladran, y detrás de los perros se acerca un hombre que camina despacio y
lleva los hombros hacia adelante. Es tu abuelo que se queda al lado del volante y que sonríe. Lleva las manos en los bolsillos, una gorra verde que dice “Cargill”, y tiene la camisa un poco salida del pantalón manchada a un costado con tierra. Por alguna razón, quizás sea por
los perros, te quedás sentado dentro del auto hasta que él, tu abuelo, viene a buscarte.
Abre la puerta y aunque vos creés que va a decirte algo porque no te bajaste,
no lo hace y en lugar de eso te da un pellizcón en el cachete. Los perros
mueven la cola y husmean tus piernas, andan alrededor de Uds. inquietos,
esperando alguna mano que les haga una caricia. Cuando se acaban los saludos y
las primeras palabras, se reparten los bolsos y van hacia la casa.
Tenés
que atarte las zapatillas y por eso te demorás un poco más, los perros los
siguen a ellos y a tu alrededor algo avanza y te engulle. Los
robles, la tierra negra, el viento, todo se escucha y todo te rodea. Es una
sensación que hasta ahora era desconocida y sentís que te vas alejando de la ciudad.
Es lindo sentirse así. Pensás entonces que ese es el sonido del campo, y sabés que vas a
quedarte.
1 comentario:
hermoso Dani, como siempre. Sil
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