miércoles, 19 de abril de 2017

UN MUNDO FELIZ


Me gustaría escribir otra cosa, pensar en otra cosa, hablar sobre otra cosa. Pero no puedo. Me paso contando los días, las semanas, y los meses. Desde que Ana María se murió pasaron tantos meses. Desde que mi hermana se volvió loca pasaron tantas semanas. Relaciono una muerte con otro tipo de muerte, la muerte de la normalidad de mi hermana. Voy tres o cuatro veces por semana a la clínica psiquiátrica donde mi hermana se encuentra internada. Estoy un rato con ella, siempre tomamos mate, la escucho, cuenta poco, a mí me cuenta poco, pero cada tanto libera en palabras ese mundo terrible que la acosa mientras otra interna de la clínica se va desnudando delante de mí sin que nadie la mire, sin que nadie la vea, ella hace un desnudo solo para mí, eso veo en sus ojos mientras a mi lado mi hermana habla y habla ajena a lo que ocurre. Este es parte de mi nuevo mundo. El beso de otra interna que tiene retraso mental. La sonrisa lasciva de otra que abre mucho los ojos. La mujer del labio caído. Un mundo enfermo. Un mundo triste y sorpresivo que no se cansa de golpear mis pensamientos y mi descanso, que tensa mis músculos y deforma mis palabras y me obliga cada tanto a correr con furia. Otra cosa es lo que preciso. Creer que todavía puede ser posible recuperar ese andar mío con pausas y sonrisas, mirando a la gente que va y que viene por la ciudad, sonreír con las lecturas que descubro y que no me han abandonado, y detenerme a sacar fotos que necesito mirar una y otra vez y compartir con quién quiero, volver a ser yo, besar y amar, soñar. Otra cosa, saber que en algún lugar, en algún momento todo va a terminar. Vivir un poco mejor. No así. Vivir un mundo feliz.

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