La muerte
reciente de mamá me hizo acordar de la última vez que se enojó conmigo. La muerte
hace estas tretas. Ella todavía caminaba bastante bien, solo se había quebrado
una de las caderas y no necesitaba el bastón. Estábamos tomando mate en la
cocina cuando entró mi hermana.
- Dani, miré el resumen que me mandaste el otro
día, dice mamá que hay un error. Eso dijo mi hermana y se fue a hacer no sé que
mandado.
Me corté
un pedazo de queso y esperé que Ana María dijera algo. Pero no dijo nada. Los mates
iban y venían y el agua se estaba enfriando, también se estaba por acabar. Me puse
de pie y dije, restándole importancia al comentario de mi hermana. La televisión
estaba encendida pero sin volumen.
- Siempre me dice lo mismo, que me equivoco,
que hago mal las cuentas.
Eso fue
lo que dije, dando por sobreentendido que mamá estaría de acuerdo conmigo.
Cuando
habló no podía verme ni yo a ella, nos dábamos la espalda. Ella miraba hacia el
patio y yo estaba de pie queriendo prender una hornalla de la cocina para
calentar más agua, masticaba todavía el pedazo de queso.
- Daniel, dijo e hizo una pausa. Algo se
removió en el recuerdo.
Mamá
jamás me llamaba así, siempre fue Dani, o hijo, o cualquier otra cosa. Tuve que
tirar el fósforo porque casi me quemo los dedos. Encendí otro y puse la pava al
fuego. Ella habló.
- Tu hermana tiene razón. Por una vez se la
tengo que dar.
El tono
de voz era distinto, provenía de un lugar que yo no le conocía a mamá. Las vocales
marcaban una cadencia de molestia, cierta desazón. Pensé que podía ser que me
hubiera realmente equivocado en las cuentas.
- Está bien mamá, voy a revisarlo luego, dije.
Hirvió
el agua, tiré la yerba vieja, puse la nueva, humedecí el primer mate, esperé
que las burbujas del agua descendieran perdiéndose en la calabaza, chupé aire y
agua, volví a sentarme al lado de mamá.
- No son las cuentas hijo. Es la forma en que
le escribiste. Ese es el error que le mencioné a tu hermana. Dijo mamá.
Ana
María no estaba enojada, más bien estaba un poco triste o nostálgica, o ambas
cosas. Agregó después:
- La matemática nunca falla. El afecto con el
que decimos o escribimos algo debería ser más matemático que humano, me dijo, y siguió mirando hacia el patio.
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