lunes, 22 de diciembre de 2014

LA CRÓNICA de la presentación de LAS CRÓNICAS

por Mariana Domínguez

En tramos, en tiempo...
es mi pensamiento predilecto cuando debo llegar a un sitio. El tramo es una suma de cortas y largas distancias, que puede tener un resultado interminable. Voy desde Coronel Díaz y Mansilla (donde trabajo) hasta la Biblioteca Nacional, creo estar cerca. Yo soy un punto cardinal que de inquieto se pierde solo, tal vez un día aprenda a conocer Buenos Aires, quién sabe, vivir en Capital no es ser porteña precisamente, aunque una lo termina pareciendo bastante, sobre todo cuando siente la avaricia del tiempo en esas promesas que te restan palabras, o en esa carrera en donde apenas empatas. El 92 me deja cerca, dicen, pero no viene. El tránsito es enérgico, me pregunto cuanto demoraré en llegar, ya estoy prácticamente sobre la hora.
Exceso imaginario, ensayo pesimista donde visualizo lo que no quiero ver. Una sala de ventanas extrañas, completamente a oscuras y vacía; una gran mesa desolada junto a la silla corrida de Daniel Fuster. Tal vez alguna cara que de lejos creo conocer, pero que más da, ya se marcha. Llego tarde. Supongo que diré que hice lo posible. Esta es una parte del tramo donde los nervios me acorralan, aunque sepa que son producto de algo que tal vez no ocurre.

Tomo un taxi. Así que me voy relajando, y regreso inevitablemente a un ayer de cotidianeidades, y luego a la semana, al momento en que agendé la presentación, y más atrás, cuando hablamos de ella, un día que encontré a Daniel en Rivadavia al 6500, y en un salto a una tarde de taller literario en que leímos uno de sus cuentos. Ahora recuerdo el bar de Ituzaingó, dos años atrás, junto a mis compañeros de la revista Faro Literario, la entrevista a Daniel. Ahí mismo un café, y Cortázar, y poesía, y tramos de un escritor de intenciones simples, que esperaba ser atravesado por lo que leía. Ese día comprendí que yo necesitaba lo mismo. Al preguntar por lo próximo a publicar, Fuster destapó a este "Soldado sin guerra", en hojas sueltas y largas dentro de un folio. Un soldado que aunque hacía rato estaba en camino, aún no llegaba a ningún sitio. Luego una foto, y otro café. Puse el folio con un sueño ajeno en mi cartera, y en los días siguientes leí hasta los márgenes.

Ya estoy en la Biblioteca Nacional, nada es lo que temí. La sala es perfecta, hasta las luces escuchan fragmentos de "1982 Crónicas de un soldado sin guerra". Cientos de Mafaldas miran y se conmueven con esas líneas que enredan el sonido inmejorable de una flauta traversa, haciéndote creer por un momento que estas viendo una película. A un costado, sobre otra mesa, una pila negra de "Crónicas" se distingue exquisitamente de todo lo demás, aunque nos raspe en la memoria. 
Ahora es un tramo distinto, el de la fila para un autógrafo. Somos muchos los que deseamos registrar el hecho de haber llegado hasta aquí... Daniel se apega y se desprende, mientras derrama la gentileza de sus circunstancias, y todos parecemos recoger cada palabra, como si nos despidiéramos de varios amigos a la vez. Ya habrá otro café, otra tarde de títulos y de historias.

El último tramo me devuelve a casa. Será un camino más largo, pienso, pero no importa. En la portada, la imagen blanca de unas botas de soldado me impacta. Un extraño y bien logrado efecto les da movimiento, parece que realmente dieran un paso, pero soy yo también la que me muevo.

Recuerdo otra vez esas páginas sueltas dentro del folio,  y sigo pensando en eso,  en tramos, en tiempo…

¡Gracias Mariana!
Daniel Fuster



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una reseña excelente. Mirta

Anónimo dijo...

Muy bueno. Silvia