El hombre no se había puesto los zapatos, seguía
con las pantuflas con las que se había levantado, miró como desayunaba su hijo.
El chico parecía estar algo dormido, aún no eran las siete.
-Samy, lo llamó, qué tenés hoy después del
colegio.
Por unos momentos la cara del chico reflejó cierta
sorpresa, no parecía comprender la pregunta.
-Tengo Inglés, dijo finalmente el chico.
En el pasillo la mujer hacía algunos ruidos, estaba
recogiendo cosas, ordenaba mientras se acercaba hacia donde ellos estaban
desayunando. Afuera ladró el perro.
-Cuánto hace que vas a Inglés, ¿dos, tres
años?
-Dos años seguro, dijo el chico y se quedó pensando
en lo que había dicho.
-¿Te gusta?, insistió él, le había molestado la
breve respuesta de Samy.
-Sí, aseguró el chico, parecía convencido.
El hombre abrió el libro donde estaba el señalador
y bebió algo que humeaba en su taza. Leyó un párrafo, cuando estaba por
comenzar el siguiente la mujer que llegaba con algo en la mano le habló. Se
miraron, ella pareció esperar que él dijera algo pero él no dijo nada. El chico
miraba un punto fijo en la mesa, se había sentado con las manos debajo
del pantalón porque tenía frío. Todavía no se había puesto el buzo del colegio.
-Papá, dijo de pronto Samy, necesito plata para unas fotocopias.
El hombre no lograba concentrarse en lo que estaba
leyendo. Le extendió un billete de diez pesos que el chico agarró sin
agradecer. La mujer trajinaba en la mesada, guardaba unos platos y los vasos de
la noche anterior en la vitrina. Los cubiertos tintinearon alegremente cuando
los dejó caer en el cajón correspondiente. La escuchó canturrear una melodía
cuando iba hacia el lavadero con el cesto de la ropa sucia. Se oyó que estaba
poniéndola en el lavarropas. Los sonidos le llegaron a través de un siseo
modificados por el ruido del tambor que había comenzado a girar. El viento
sacudía la ventana que había quedado apenas abierta, todavía estaba
oscuro.
Volvió a mirar al chico que no tomaba la leche.
Samy empujó la silla hacia atrás y se puso de pie. Se parecía al abuelo, tenía
sus ojos. La claridad en los ojos del chico era por momentos verde y por
momentos gris. Samy se metió en el baño y el hombre se encontró disfrutando de
la soledad del comedor. Esperaba.
-No venís con nosotros, te dejo cerca de donde
salen las kombis, dijo la mujer sin dejar de hacer lo que estaba haciendo,
ahora estaba en el living corriendo las cortinas.
-No, dijo el hombre alzando la voz, me quedo un
rato más, quiero leer un cuento antes de ir a trabajar, respondió fijando la
vista en el libro.
La mujer apareció con la cartera en una mano, las
llaves del auto en la otra y el chico detrás de ella como una extensión de su
cuerpo. Samy ya se había puesto el buzo con el logo del colegio y tenía la
mochila al hombro. El hombre permaneció sentado frente al libro, desde ahí los
vio irse. Cuando se iban, el chico lo miraba desde sus ojos grises. Algo que no
llegaba a formarse totalmente en una idea en su pensamiento lo seguía
molestando y le impedía concentrarse. Los pies del hombre se removieron dentro de las pantuflas con satisfacción.
4 comentarios:
Qué escena Daniel! qué clima! bs Elsa
Muy muy bueno Daniel. Laura
EXCELENTE DANIEL!!!
RICARDO
siempre sorprendiéndonos, muy buen relato Daniel Sil
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