Hoy los forcejeos para llegar al
medio del vagón no fueron tantos. Atravieso el culo que pone un pibe que está
de espaldas y la cartera de la vieja a mi izquierda me hincha las pelotas durante
todo el viaje. Lo que no me gusta es cuando el tipo con colita en el pelo me
arrima la espalda al pecho. Le miré la mano de nena tocarse la nuca. Asco me
dio y casi estornudo al olerle el spray que se había puesto. Viajo en tren. Llego tarde al
laburo, pero cuando ya es tan tarde, me convenzo que no importa y eso de alguna
manera me tranquiliza. Está tan lindo que en un día así dan ganas de quedarse
en remera y sentir el fresco del viento en los brazos.
Cuando salgo de la estación compro
un café con leche y un pedazo de torta por siete pesos y me cruzo a la plaza.
La humedad del día, las palomas y los restos de comida ocupan las veredas. Me ubico
entre una cagada de paloma, y un tipo a mi derecha que está tomando un café. El
hombre mira el piso apoyando los antebrazos en sus rodillas. Ella llega con el
pelo recogido. Morocha, de baja estatura, y con mochila a la espalda. Veinte
años. Alcanzo a escuchar lo que le pregunta al hombre, y cuando éste parece que
va a responderle, en lugar de eso resopla. Suspira con el fastidio que da la
interrupción de algo que requiere concentración. No la mira. Tampoco le
contesta. La chica se queda ahí esperando y me da algo de pena, así que
intervengo justo cuando el hombre parece tomar coraje para decir algo pero no
llega a hacerlo. Adónde vas le pregunto, y el hombre vuelve al piso cuando la
chica me descubre. Luego de un momento dice: a la Capital. Estás en Capital le
digo sin sonreírme, aunque su respuesta es de risa, y curiosamente me encuentro
pensando que es muy temprano para hacer maldades.
1 comentario:
estoy leyendo una escritura muy diferente de Daniel, me pregunto que vendrá. Saludos Ric.
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