lunes, 5 de marzo de 2012

TE ACORDÁS DE LUCY


No acuses a mi corazón tan maltrecho y ajado,
que está cerrado por derribo.
Joaquín Sabina


-Te acordás de Lucy, hoy es su cumpleaños, le dije a Paco que me miró con esos ojitos oscuros de aceituna negra y rasposos de no haberse afeitado. Y como pareció que no me comprendía continué:
-Acabo de descubrir que Lucy eran mis ganas y el deseo de, era ese querer estar en la noche, y darme cuenta de que seguía siendo de día, y a una cuadra o quizás ni siquiera a esa distancia dentro de un barrio, de una calle apenas iluminada, de una avenida importante que se oye bulliciosa y destella y que tiene el estrépito del yendo a trabajar y proclama ansiedades, por llegar quizás tarde o aquel compromiso pendiente del día anterior que no quisimos o no alcanzamos a, nada, nada y todo ocurría allá con Lucy, tan lejana en el tiempo como tan cercana en la longitud de un verso, de una voz, de una calle, y deseos de que no, pero sí, y así es el recuerdo que tengo de Lucy, confuso, interrumpido, anhelante, inquieto e incoherente. ¿Tranquilo? No, tranquilo no es.

El lugar tiene un piso de mosaicos grises y manchitas blancas, las paredes están revestidas con fórmica de un verde olvidado, el cielorraso de vainillas escatima brillo y luz, la absorbe en aquella sed de hombre seco por el tiempo de las cosas no realizadas, de pasiones que se quedaron en los papeles y en las charlas, éste es un lugar largo, profundo, inacabable e inabarcable y distinto del mundo que afuera, que allá en la avenida va a velocidad de sobresaltos.

Paco va y viene, y en realidad no sé como se llama, yo decidí llamarlo así cuando lo escuché preguntarme que me apetecía, cuando se presentó con aquella enorme jarra de café y otra todavía más grande de leche humeándole los ojos de aceituna y me preguntó como si fuera mi abuela, “ ¿Hasta dónde?”, y antes de eso Paco ya me había escandalizado con su tradicional asadera para horno rebosante de facturas y casi gritándome me dijo: “¡Escoge tú!”, a lo que tímidamente pregunté: “¿Cuántas?” y me fusiló con esta frase: “¡Pues las que te entren hombre!” y por si acaso le agregó el ¡Coño!

Paco atiende las mesas y conversa, pero también Paco asiste detrás de la barra, lava las tazas y los platos, le sonríe a las caras de preocupación de los clientes, cobra detrás de la caja y de vuelto te llevás su moraleja de café.
Vuelvo sobre el piso de mosaicos que se mantiene en inmejorables condiciones y me parece ver casi la sombra de las huellas de sus mocasines, veo a un Paco sobre ellos, lo escucho, es un Paco menos plateado y firme de músculos que dice:”Qué se le ofrece”. En lo de Paco no había teléfonos, tampoco cortinas y el televisor hacía años que había dejado de funcionar.
La primera vez que vine por este lugar y pregunté cuánto salía un café con leche y medialunas, Paco me miró la ansiedad y me dijo: ”¡Servíte!” por única respuesta, ofreciéndome un aconcagua de facturas y masitas, sin dejar  espacio para otras preguntas. Y así fue como empezamos a hacernos  con Paco de una relación en la que el giro de las frases nos rompía en pedazos la rutina, y parecíamos jugar un partido de truco o de mus, casi un duelo, para ver surgir las sutilezas saladas de la vida, reptando por las ironías y las moralejas y reírnos de nuestras penas. Y Paco remataba un ¡Joder!, cuando yo mencionaba a Heródoto y le decía: “La felicidad humana nunca es duradera”.

Hoy que no me siento con el deseo de comerme las facturas que el Paco de firme musculatura ha separado para mí, le he pedido llevármelas y mientras él va a por el envoltorio, yo observo las sillas y las mesas que sólidamente parecen comprenderme cubiertas de horizontes llagados por antebrazos y ojos frágiles como el agua, y mientras aguardo, él circula entre las mesas, pero no viene hacia mí, vuelve a la cocina, y escucho el agua escurriéndose en el entrechocar de losas que viven en ella, y con todas las falanges ocupadísimas en los versos que escribo y el siseo del gallego,  imagino a Paco una vez más y logro sonreírle a mí mismo, y puedo ahora con ese impulso de servíte y asaderas rebosando facturas, retornar a la vida de Lucy.

-Te acordás de Lucy, hoy es su cumpleaños, vuelvo a escucharme diciéndoselo a Paco, cuando me imagino llegar.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

encantador relato Daniel, Silvina

Anónimo dijo...

me hubiera gustado llamarme Lucy.

Elena

Anónimo dijo...

Daniel esto tiene, como se dice ¿charmé?... tiene swin y tiene encanto.
Pepe

Anónimo dijo...

me gustó! Elisa

Anónimo dijo...

un relato impecable, abrazo
Carlos

Anónimo dijo...

me gustan esas frases que parecen incompletas y que si uno ahonda dicen tanto
Alicia

Anónimo dijo...

cuánta nostalgia y cuánta trsiteza, esas fechas nos suelen dar a veces en cantidades grandes aquellos sentimientos
me gusto el texto, Norma