miércoles, 19 de febrero de 2014

CRUZAR

“Alguien me dijo una vez que no valoraba la vida.
Eso dolió. Duele, y seguirá doliendo”


Todavía el calendario de gmail una semana después me alerta: “FALTA UN DIA”, y agrega: “COMIDA PRIMER DIA”, aún no sé que voy a tardar más de doce horas y que el queso con pan que compré en el puerto de Chile será una gloria a la tarde del día siguiente. No sé que me sentaré sobre una piedra al costado del sendero, y que veré pasar a los que vendrán detrás, no sé que algunos alzarán la mano al verme y me sonreirán con cierto cansancio, todavía no sé que yo los observaré mientras almuerzo ajeno a esa fila interminable de rostros cansados, sucios, y sudados de muchas horas de andar, fila de la que provengo. Yerson me aconseja: “Más duele más tenés que andar, el dolor con dolor se apaga”.  Cuelgo la mochila a mi espalda y continúo. Comencé a cruzar allá por el dos mil uno cuando un accidente de auto casi acaba con mi vida. Por unos segundos o quizás solo fueran milésimas de segundo sentí que ya no pertenecía a este mundo, y pensé con un dejo de tristeza cuando el auto se elevaba en el aire: “… y todo lo que me faltaba vivir”. En esos momentos cuando ya nada depende de uno, se siente una intensa tranquilidad, es un sosiego inexplicable que no se desea abandonar, luego sobrevino el impacto que me devolvió al pavimento. Mi pie derecho entra en el barro y tantea, puedo sentir la geografía de la montaña a través de la suela de la zapatilla, busco un lugar firme donde descargar el peso del cuerpo y poder dar el siguiente paso. Busco avanzar. Luego mi pie izquierdo hará lo mismo, y así sucesivamente, derecho, izquierdo, derecho, izquierdo, como cuando nos daban la instrucción militar en el ochenta y uno. Continuaré sin prisas y sin pausas, me iré introduciendo en la selva de montaña valdiviana como si llegara a una enorme residencia que me encandilará, y no importa ya mojarse porque la lluvia lo ha hecho hasta el hartazgo, tampoco embarrarse nos afecta porque el barro también ha hecho lo suyo. El barro, su consistencia y su profundidad, su estar debajo de un agua superficial que tramposa lo disimula, lo esconde, un barro de reaparecer constante, podía ser detrás de un árbol, o de un cambio de dirección, a veces en una zona en descenso, otras ascendiendo, el barro siempre ahí, permaneciendo y esperándonos con su olor pútrido a raíces muertas. Hay barro en tus piernas y también en tus manos. El barro seco y cortante que lastima. El barro del que provenimos. El barro que cientos de pisadas han amasado. Necesito cada tanto detenerme para extraer el agua retenida en las zapatillas, lo que interesa, lo que importa en realidad es continuar, no enfriarse, no mirar hacia atrás, no voltear, la vista al frente y al piso donde cada pie, cada paso que se va dando encuentre su lugar, la ubicación más segura y seguir, no es posible torcerse un tobillo, tampoco caerse, las ampollas y las uñas rotas son olvidables, faltan todavía muchas horas por andar, cuántas no lo sé, tampoco hay referencias de distancias, las cintas plásticas naranjas y violetas señalan el camino, la naturaleza se empeña en moverse y molestarnos, rayarnos las piernas y los brazos, pincharnos, darnos latigazos verdes, así es este lugar por donde estamos pasando. Todo es bello, majestuoso, pero también inclemente. Hay que subir, bajar, trotar, caminar, sentarse, hablar, sonreír, escuchar, querer dejar, querer seguir, quitar las gotas de sudor salado que arden en los ojos, pensar en tu vida allá, volver al momento acá, escuchar lo que dicen los otros, distraerte, inspirar, exhalar, ponerte la campera porque llueve, quitarte la campera porque ha salido el sol, reír con la boca muy abierta, creer que vas a llegar, pensar en quiénes pueden estar en la llegada, pensar en quiénes no estarán en la llegada, emocionarte mientras el agua que chorrea por la visera de la gorra cae sobre los anteojos enturbiando las lentes. El agua recorre tu campera y moja las piernas desnudas. Mientras, tus pies deliran, y duelen, y mientras sientas todo aquello, sabés que aún, es posible cruzar. Falta poco, poquísimo, y ya estás por cruzar la frontera, pero no es un límite geográfico entre dos países lo que estás por cruzar, no, no lo es, el cruce primero e inminente que estás haciendo es diferente y acaso brutal, tu condición física y tu estado mental, soportan, sufren, y siguen, y cuando comprendas esto, cuando logres ser lo suficientemente honesto para comprenderlo, entonces sí, habrás cruzado. Yerson en definitiva  tenía razón, el dolor con dolor… se paga.


La estadística dirá que:
Daniel Fuster, cruzó a pie la cordillera de Los Andes.
Que esto fue entre los días 7 al 9 de febrero del 2014.
Que desde la salida a la llegada insumió 58 hs, y que estuvo “andando” casi 24 hs.
Que participaron alrededor de 1400 personas y que recorrieron alrededor de 100 km.
La estadística dirá que llegó en el  puesto 1087. Pero todos sabemos que las estadísticas mienten.


5 comentarios:

Carlos Martian dijo...

Felicitaciones Daniel!!!

Anónimo dijo...

Muy bueno Daniel. El texto y tu hazaña. Ricardo

Anónimo dijo...

Siempre tu toke particular. Muy bueno. Sil

DANIEL FUSTER dijo...

Gracias gente, fue una experiencia muy fuerte. Saludos a todos.

Anónimo dijo...

Simpre tan sensible, llega cada pisada. cariños Mirta