Mamá me contó luego, que aquel día cuando salió a buscarme, el ciclón o el tornado, o lo que fuera, rugía a favor de cómo ella caminaba. “Me empujaba“, me dijo, y por momentos le parecía que la elevaba del piso y que no tenía necesidad de caminar para avanzar. Eso me contó mientras los ojos se le iban agrandando con un estupor inusual, que al menos yo no le conocía, porque mámá siempre fue temerosa, pero sus temores tenían que ver con lo cotidiano. La forma de hablar y de mirar, me hizo pensar y comprender, que aquel día tuvo miedo, otro tipo de miedo quizás, no aquel temor que uno imagina sobre aquello que pueda ocurrir, sino un miedo real, visible y palpable, de algo que está ocurriendo.
Continuó diciéndome que pensó en estar volando – literalmente -, pero sin poder evitarlo, que el cielo pasó de un celeste de otoño a uno oscuro y terroso en solo momentos. En el cielo iban cosas. Eso dijo, como si fuera un misterio o una sentencia. Cosas. Una palabra tan simple, tan nada nada, mirándome y hablándome como lo hacía, me asustó. Ramas, hojas, bolsas, una cartera, algún pedazo de chapa, todo envuelto en una cortina espesa de tierra. Sé que estuvo a punto de decirme que había visto volar animales, pero se contuvo. No hizo falta que agregara una palabra más. Me bastó mirarla para advertir la magnitud de la tormenta. Sus estragos. Los que surgían todavía de los ojos de mamá.
Así era el miedo.
3 comentarios:
Intenso y angustiantes, así fue. Gladys
muy bueno Daniel. Ricardo
cuando uno lee esto parece que fuera una exageración, pero en este caso la realidad y la ficción se han juntado. Bien Daniel. Sil
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